La fantasía de Jesús

Creemos en Jesús, o incluso en Dios, con la misma certeza que creemos en duendes, hadas y hechiceros.

Como una gran obra literaria, escuchamos, leemos y repetimos ‘la palabra’ escrita por los hombres según la oralidad preservada de aquellos tiempos y el trabajo de numerosos traductores que le dieron, cada uno, su interpretación humana y subjetiva.






Los que verdaderamente vieron y escucharon a Jesús, los que recibieron los mensajes de Dios, no tenían celulares, cámaras de fotos ni  un canal de YouTube; incluso el arte no estaba tan desarrollado como ahora.  Sin embargo, confiamos en que tantos mensajeros iluminados hicieron bien su trabajo para que las metáforas y parábolas llegaran supuestamente intactas a nosotros.  

Con mi experiencia profesional como traductora e intérprete, puedo asegurarte que no hay dos traducciones idénticas para un mismo poema o una misma metáfora, la traducción dependerá enormemente del nivel de consciencia, de la comprensión lectora y de la riqueza de vocabulario del intérprete o traductor.

Pero no es mi intención hoy, cuestionar el trabajo de traducción de los mensajes y enseñanzas de Jesús.  Quiero, de alguna manera, invitarte a que te traslades en tiempo y espacio para que tomes consciencia de que esa ‘palabra’ original, ha pasado por numerosos canales, bocas, libros, púlpitos y papiros.

Hemos aprendido a confiar en la versión traducida por monjes, eruditos y hombres de fe.  Hemos aprendido a creer que esa imagen artística de la cara de Jesús es real, porque necesitamos ponerle un rostro, una voz y una forma reconocible.

A través del imaginario colectivo, construido por relatos y pinceladas, guardamos una cierta memoria de Jesús, con determinados rasgos físicos, maneras de andar y hablar;  e incluso hasta la estatura promedio que creemos debió tener cuando estuvo entre los humanos.




Lo hemos leído y aprendido con la misma capacidad imaginativa con que hemos escuchado las historias de Caperucita Roja y el Lobo, Hansel y Gretel, los relatos de hadas y duendes o incluso los encuentros con seres de otro planeta.

Todas las religiones y culturas creen en la existencia de un Dios supremo y en un mesías o maestro como Hijo de Dios hecho hombre, mitad Dios, mitad humano.  Algunos hablarán del Universo, de la Fuente Divina o de Guías Espirituales y defenderán sus creencias como la mejor opción de vida.

¿Cuántas películas y documentales se han realizado de la vida y muerte de Jesús?  Muchísimos.  Con las nuevas tecnologías y efectos especiales, el cine convierte ese imaginario colectivo, en algo tangible y real, algo cercano en tiempo y espacio.  La vivencia y energía que se transmite en esas películas es tan fuerte, que cada actor que ha trabajado en el rol de Jesús, ha sido afectado de por vida, de diferentes maneras.

Sin embargo, si una persona actual y contemporánea nos dice que ha visto a Jesús, o que Dios le habla y responde sus preguntas o incluso nos cuenta que ha tenido una visión de la Madre María, dudamos y cuestionamos.  No creemos que sea posible, en verdad, que Dios se comunique con un ser humano común, nos olvidamos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios nuestro Señor.

A menos que Jesús, Dios, la Madre María, el Espíritu Santo o alguno de los Arcángeles, tenga la forma y los rasgos difundidos y avalados por la iglesia, sospechamos que todo ha sido producto de la alucinación, una enfermedad mental o un delirio místico.

Creemos en el Jesús de fantasía, ese Jesús que vive en el recuerdo de una época lejana, el Jesús que vive en las escrituras, en el Dios que hablaba con los Profetas o en la Madre María que fue anunciada por el Arcángel Gabriel.

Para que un mensaje se acepte y reconozca como cierto y verdadero, deberá ser avalado por un concilio del Vaticano y un montón de eruditos y teólogos que saben toda la teoría pero jamás vivieron la experiencia de sentir, escuchar y ver a Dios, la Santísima Trinidad o la Madre María.




Algunas personas ven, otras sienten la energía, otras escuchan sonidos.  Algunas personas reciben mensajes en sueños con palabras y símbolos, otras personas tienen visiones mientras realizan alguna actividad creativa.  Quienes están desconectados de la Divinidad que los habita, los juzgaran, dudarán de ellos, descreerán de sus testimonios y sobre todo, actuarán como aquellos romanos que arengaban a la turba, para condenar a un mentiroso que se hacía llamar Hijo de Dios.

De algún modo, los seres humanos racionales, cuerdos y amoldados a la sociedad que gobierna, se convierten en romanos que condenan a iluminados, mensajeros y profetas.

¿Crees en los Ángeles?  ¿Cuántas personas se sienten a salvo contando sus experiencias y visiones con los ángeles?  Puede que le recen al Ángel de la Guarda, o pidan la asistencia del Arcángel Miguel dibujado en una estampita, pero pocas personas estarán dispuestas a reconocer la energía real de cada uno de los ángeles.

¿Crees en Jesús?  ¿Serías capaz de reconocer su energía aunque no tuviera un rostro como el de las figuras en la parroquia del pueblo? 

¿Crees en Dios?  ¿Puedes seguir sus señales y aceptar sus mandados con plena confianza, aunque no puedas justificar tus acciones ante otros seres humanos?

¿Crees en la Madre María?  ¿Puedes acudir a su llamado para convertirte en una de sus hijas predilectas?  ¿Puedes aceptar que su Divinidad se manifieste en muchas formas femeninas plenas de compasión y belleza?




¿Creo en los duendes y las hadas?  No lo sé.  Nunca he visto un duende o un hada.  Más allá de las obras literarias, he leído varios libros sobre los elementales y las fuerzas invisibles.  Respeto su existencia, aunque no ‘pueda dar fe’, es decir tener consciencia plena y confianza en su forma de manifestación.  ¿Cómo saber si un niño o una persona realmente ve o se comunica con hadas y duendes?  Habrá algo en su forma de ver la vida, de conectarse con la naturaleza, en su forma de expresarse e incluso en su mirada, que nos mostrará las huellas del rastro energético de esos seres elementales.

Del mismo modo, creo que cuando realmente hemos tenido contacto con algún ser invisible, espiritual, energético o incluso con Dios mismo, esa experiencia nos transforma, nos traspasa y deja un rastro luminoso propio de la energía que cada Ser manifiesta.

Tal como expresé en mis primeras Cartas de Amor, que puedes encontrar en la sección de Puentes con Dios, durante casi toda mi vida mi fe era un espejismo.  Yo ‘creía’ de forma teórica en Dios, pero no me creía digna de recibir sus mensajes o de vivir como Su Hija.  Descreía y dudaba de todas las visiones, sueños y mensajes que las personas a mi alrededor no aprobaban o cuestionaban.    Cuando en verdad comencé a ejercer mi Confianza en Dios y a reconocer su lenguaje en mi vida, los sueños y las visiones se hicieron más nítidos, vívidos y precisos.

Algunas personas me preguntan cómo puedo distinguir entre el ego y la intuición, entre una fantasía de delirio místico o una aparición real.  En lo personal, creo que cuando realmente es obra de Dios, Jesús o la Madre María, la sensación de paz, claridad y certeza es absoluta.  Creo además, que cuando la experiencia es real y nosotros estamos con el corazón abierto y dispuesto, el encuentro o la comunicación nos transforma, nos conmueve, y nos provoca inevitablemente a actuar en consecuencia.  Hay algo siempre, que tenemos que hacer, crear, comunicar, cambiar o manifestar; solo cuando permitimos que Dios nos transforme y obre a través de nosotros,  las consecuencias de nuestros actos están en sintonía con el mensaje recibido y entonces, solo entonces, comprendemos, aceptamos y reconocemos el  idioma que Dios usa con cada uno de nosotros.




Desde que era muy pequeña, hay un reloj energético y biológico en mi sistema que se activa apenas termina el carnaval.  Mi sensibilidad, mi emotividad, mis visiones, mis sueños y mis canales, están más activos que nunca.  Me cuestiono y cuestiono.  Reflexiono e invito a reflexionar.  Hay una necesidad imperiosa de poner en valor el verdadero mensaje de la cuaresma y semana santa.  Hay una urgencia por recordar el mensaje que Jesús dejó para la humanidad y que aún no comprendemos totalmente y que rara vez honramos.  Creemos que un par de golpes en el pecho, una confesión a medias, una docena de empanadas de vigilia y un rosario apenado por la muerte de Jesús bastarán para renovar nuestra fe.

Hay una tristeza inevitable que me invade en esta época.  No puedo creer que las injusticias se sigan repitiendo; que los profetas, mensajeros e iluminados sean condenados, humillados y burlados; que la sed de poder y control justifique cualquier crueldad o mentira; que los Apóstoles y Marías Magdalenas sean exiliados o expulsados; que los fariseos sigan dominando los templos; que el Amor esté fuera de todas las ecuaciones importantes; que la pobreza de espíritu cause la pobreza física de tantos seres humanos; que la fe se mida en monedas y que en nombre Dios se destruya la convivencia humana.

No es tiempo de hablar de Jesús y contar sus historias como parte de un pasado lejano e irreal.  Es tiempo de hacer espacio para Jesús en nuestras vidas y dejar que nuestros pies sean sus sandalias, nuestras manos obren sus milagros y nuestras palabras hablen su verdadero lenguaje de amor.

No es tiempo de demostrar quién tiene razón, qué iglesia es mejor o permitir competencias entre reverendos, pastores y sacerdotes.  Es tiempo de aceptar que así como hay numerosas razas, idiomas y culturas, del mismo modo, cada quien ve y siente a Dios desde su capacidad de Amar y Ser. 

Acaso, ¿es mejor un escultor que un pintor, o un escritor que un músico?  Cada artista o artesano conecta con la belleza y la creatividad de diferente manera y a su tiempo, quienes disfruten sus obras, conectarán con la belleza en su interior según la capacidad de sus sentidos.




Aquí estamos, como seres primitivos, reviviendo una y otra vez la lucha de romanos contra cristianos; comparándonos, midiéndonos;  temerosos de lo diferente, aterrorizados del mundo invisible;  haciéndonos dueños de nuestra verdad y queriendo imponerla a otros.

Nos dejamos arrastrar por la turba, la muchedumbre ignorante, confundida y asustada y manipulada por líderes mezquinos.  Dejamos que reine el miedo, lo multiplicamos, lo propagamos y desde ahí, permitimos la creación de una realidad en la que todos salimos perdiendo.

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Dijo Jesús, mientras padecía en la cruz.

Todavía no aprendimos.  Leímos el cuento una y otra vez, lo escuchamos y lo repetimos.  Algunos creímos que debíamos llorarlo eternamente y llenar nuestra espalda de clavos, cargando cruces que Dios jamás quiso para nosotros.  Algunos apedrean a profetas y mensajeros, acusándolos de padecer enfermedades e inventar realidades que no existen en esta dimensión.  Algunas personas nos sentimos eternamente solas y rechazadas porque somos incapaces de sentir el Amor de Dios y vernos con su mirada Divina y paternal.

Sin importar si elegimos el camino del profeta, María Magdalena, los apóstoles o el hijo pródigo, debemos aún aprender a Confiar en la voluntad de Dios, en su forma de comunicarse con nosotros y en nuestra propia Divinidad capaz de irradiar y manifestar Luz y Amor, donde quiera que estemos.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes / Tejedora de Cielos

 



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