Pronóstico del tiempo


Siempre he estado convencida de que soy una mujer de fe, es decir, nunca he dudado de la existencia de Dios, la Madre María, los Ángeles, los Arcángeles, Jesús y el Espíritu Santo.  Solemos confundir el ser creyentes con tener fe y asumimos que lo que nuestra mente sostiene como verdad alcanza para dar testimonio de que Dios todo lo puede.

Si miro hacia atrás, mi vida ha sido una sucesión de pruebas y dificultades que han medido mi fe y durante muchos años, las he considerado como un castigo o como parte de una tortura divina para moldear mi carácter.

Rezamos el Padre Nuestro, rezamos el Credo o el Ave María, sin tomar consciencia plena de lo que estamos recitando energéticamente y del impacto que tienen esas palabras en nuestra realidad cotidiana.  Muchas veces, lo hacemos como un acto mecánico desde la plegaria pronunciada por el mendigo que vive al margen de los milagros del universo.

Suponemos que mientras más tiempo pasemos de rodillas o mientras más rosarios recemos durante una semana, seremos bendecidos con la voluntad de Dios para cumplir nuestros pedidos y salvarnos de nuestra miseria.

Si algo he aprendido durante este año que termina, es que la repetición de pruebas o dificultades en mi vida, con intensidad en aumento, era una clara señal de que mi problema no era el método que usaba para acceder al milagro, sino la falta de confianza absoluta en Dios y en mi misma.



Como seres humanos, buscamos las certezas y favorecemos las predicciones.  Nos gusta la tranquilidad de saber que la primavera dura tres meses y comienza siempre en la misma época; aunque si prestamos atención, observaremos que la primavera no empieza exactamente a la misma hora ni el mismo día cada año, ni tampoco lo hace de la misma manera y con idénticas condiciones climáticas al año anterior.  Por ejemplo, vivo en el hemisferio sur y este año, el verano ha comenzado anticipadamente al iniciar noviembre, con temperaturas propias del mes de enero.  De alguna manera, nuestro metabolismo se acomoda y se ajusta, no a la fecha del calendario, sino a los sucesos de la naturaleza.  La naturaleza tiene ciclos, pero no son exactos, ni tampoco semejantes, al menos, no desde el punto de vista del calendario gregoriano.  Si no nos adaptamos al ritmo de la naturaleza, sufrimos las consecuencias; es decir, no podemos esperar al 21 de diciembre para usar ropa fresca de verano, si en noviembre tenemos 38ºC durante semanas completas.

La humanidad ha desarrollado sistemas y dispositivos para predecir el clima, para anticipar tormentas y huracanes y que una notificación en el celular nos diga a qué hora comenzará a llover  o de qué dirección y a qué velocidad soplará el viento durante nuestro viaje.  Del mismo modo, muchas personas buscan en el tarot o en los oráculos, un pronóstico de su vida, como quien habla del clima y las corrientes de aire detectadas por los satélites.

Hemos perdido nuestra capacidad para confiar en nuestro instinto, en nuestra intuición y en las señales de la naturaleza; por eso necesitamos controlar lo que sucederá en nuestras vidas, creyendo que así nos libraremos de tormentas, dificultades, desvíos en el camino o embotellamientos de tráfico.

Decimos que creemos en Dios, en la Divinidad, en los Guías Superiores o la Energía del Universo, pero necesitamos controlar el cómo, dónde y cuándo de aquello que nos será concedido.  Como un jefe que no sabe delegar, o como alguien que pide una entrega a domicilio por una aplicación, estamos pendientes de cada movimiento, de cada cosa que se hace o se deja de hacer;  porque solo nosotros sabemos o creemos saber el modo, el tiempo y el lugar, donde ese milagro esperado debe suceder.  Por supuesto, si el resultado no es cómo esperábamos o se demora más de la cuenta, declaramos la ineficiencia del servicio o nuestra ineptitud para realizar el pedido.



¿Cuántas veces hemos creído que Dios no nos escucha?  ¿Cuántas veces nos hemos convencido de que no somos capaces de distinguir sus señales?  ¿Cuántas veces insistimos en construir una puerta allí donde el muro se hace impenetrable?  

Dios nos escucha pero solo Él conoce lo que resulta mejor para nuestro bien mayor, solo Él sabe qué es lo que nuestra Alma necesita en este preciso momento.  Dios siempre siembra nuestro sendero de señales, simplemente, las ignoramos o no las vemos, porque nuestros ojos están buscando instrucciones para taladrar esa pared, allí donde queremos la puerta y nuestra obstinación nos impide ver que el muro está totalmente abierto a la vuelta de la esquina. 

Pedimos señales al Cielo, claro, con intención, con ‘fe’ y con amorosa ‘devoción’.  Nos quedamos tiesos en nuestro sitio, esperando a que lleguen las señales a través de los mensajeros que nosotros creemos correctos y en el idioma que consideramos apropiado.  Cuando las señales no llegan, nos enojamos y nos llenamos de frustración.  ¿Cómo puede ser que Dios que tanto me ama no me dé ninguna señal?  Mientras tanto, Dios se pregunta: ¿Si me ama tanto, como es que no se anima a dar un paso hacia adelante en medio de la incertidumbre para encontrarse con todas las señales que guiarán su rumbo? Si sabe que lo/la amo incondicionalmente, ¿por qué no confía y avanza allí donde mi voz susurra?




Tengo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, pintada sobre un azulejo, que me acompaña desde hace más de 20 años.  A pesar de las mudanzas y desalojos, sigue intacta.  Me gusta colgarla en alguna pared que esté siempre a la vista.  Debajo de la imagen está la frase: Sagrado Corazón, En vos confío.  En el lugar donde vivo ahora, está frente a la bicicleta fija, así mientras hago ejercicio, lo miro y le hablo.  Te tengo malas noticias (o buenas), cuando le dices a Jesús: ‘en vos confío’, pues Él se lo cree y entonces, actúa en tu vida en consecuencia, suponiendo que en verdad confías.

Así es que, descubrí en este último año, que  no confiaba realmente en Jesús, ni en Dios y menos aún en mi capacidad para seguirlo o  para permitir que Dios obrara a través de mí.  Es que claro, si Dios te pide que des todo hasta quedarte sin nada, te guardarás un poquito, por las dudas, para que no te falte.  Si Dios te pide que avances allí donde nadie va, creerás que es más seguro seguir a la muchedumbre que creer en una voz invisible.  Si Dios te habla bajito dentro de tu corazón y solo tú puedes escucharlo, elegirás creer a las voces que a gritos descreen de los mensajes que tú recibes.  Si Dios te confía una misión pero no te da pruebas de cómo será el resultado, demorarás tu compromiso esperando a que Él te de las señales adecuadas o te dibuje un pronóstico del tiempo con datos certeros y medibles.



Hace algunos días escuché un podcast donde se comparaba al amor de Dios con el amor de un padre o una madre terrenal, y esa analogía me pareció fantástica.  Por ejemplo, cuando mis hijos eran pequeños, muchas veces les pedía que confiaran; si estaban en lo alto del tobogán y tenían miedo de bajar, les abría mis brazos y les aseguraba que yo los sujetaría para que no se lastimaran; si los hacía tomar una medicina horrible, les pedía que confiaran en que yo sabía lo que estaba haciendo y mi amor los estaba cuidando.  Del mismo modo, Dios nos pide que nos arrojemos al vacío de lo desconocido y confiemos en que su amor nos mantendrá a salvo, pero aún así dudamos.  Dios pone a nuestro alcance recursos que pueden parecer amargos o desagradables para sanar eso que tanto queremos sanar, pero preferimos comprar la píldora en la farmacia que nos disfraza el síntoma y nos regala un tiempo más de irresponsabilidad emocional.


Soy una hija de Dios, creada a su imagen y semejanza.   Esa es una frase y una verdad poderosa, pero no siempre somos conscientemente responsables de lo que implica ser una hija de Dios.

“Una vez que había creado las infinitas estrellas, la tierra con sus montañas, mares, bosques y todo tipo de animales, Dios, según la Sagrada Escritura, formó su obra culmen diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuántos animales se muevan sobre ella.” (Gen 1,27)

Soy una con Dios, soy una partícula de su gran Divinidad, por lo tanto me muevo con Dios y Dios se mueve en mí.  Somos su energía hecha materia sobre este planeta y los hacedores de milagros a través de los cuales Su Voluntad se manifiesta en la vida de las personas.



Nos han enseñado que la fe es cuestión de doctrina y aprendizaje esmerado del catecismo.  Aquel que más plegarias y versículos conozca de memoria será considerado un hombre o una mujer de mucha fe. Mas, ¿cuántos de nosotros permitimos que nuestros pies sean las sandalias de Jesús?  ¿Cuántas veces dejamos que nuestra voz sea el eco de La Palabra de Dios en acción? ¿Con qué frecuencia permitimos que nuestras manos sean el jardinero que Dios necesita en sus huertos? ¿Con qué disposición nos convertimos en arcilla para que Dios nos deshaga y moldee una y otra vez hasta expandir la capacidad infinita de nuestro corazón?  ¿Hasta dónde llega nuestra confianza en los dones que el Espíritu Santo manifiesta en cada persona? ¿Podemos avanzar aún en plena oscuridad, sin mapas ni brújulas, con la alegría y la paz en el corazón de sabernos amados y guiados por Dios?

Confiar significa reconocer el poder que algo tiene sobre nosotros.  Cuando confiamos en un político, le damos de algún modo el poder para decidir sobre la vida de millones de habitantes de nuestro país.  Cuando confiamos en el pronóstico del tiempo, le damos el poder para determinar nuestras decisiones y nuestra agenda de actividades e incluso para afectar nuestro estado de ánimo de forma anticipada.  Cuando confiamos en un médico o en un curandero, le damos el poder para restablecer la salud que hemos perdido.  Creemos que esas personas o esas aplicaciones o esas medicinas fuera de nosotros tendrán un poder que nosotros no tenemos.

Ahora bien, ¿hay algo más poderoso que Dios?  Si decimos que Dios todo lo puede y solo Dios sabe, entonces, ¿por qué no confiamos de la misma manera?  ¿Por qué no reconocemos Su Poder Divino capaz de lograr lo imposible?  ¿Por qué nos cuesta aceptar que como hijos de Dios podemos ser co-creadores de milagros si permitimos que Dios obre a través de nosotros?  ¿Por qué tardamos en aceptar la guía que Dios nos ofrece con cada paso que damos hacia su Luz?



En este final de año, hago un voto verdadero de confianza y descubro una nueva manera de transitar mi Puente con Dios:

  • Confío en Dios y en su Plan Divino.
  • Confío en mí.  Confío en mis dones y talentos.
  • Confío en mi capacidad para resolver lo que ante mí se presenta.
  • Confío en mi habilidad para crear infinitas posibilidades.
  •  Confío en mi talento para Tejer Puentes, aún allí donde los agoreros anuncian muros de desamor.




Mi deseo para ti en este final de año, es que descubras que tu fe es un acto de confianza y que la desconfianza no es más que el miedo proyectado desde una ausencia de seguridad, desde una carencia primitiva que nos persigue a pesar de nuestros esfuerzos.

Dicen que ‘quien no apuesta, no gana’ y que tu ganancia dependerá del monto de tu apuesta.  Entonces, ¿cómo podemos esperar grandes ganancias, si no estamos dispuestos a apostar todo nuestro esfuerzo, intención y esmero en aquello que nos acerca a la vida que tanto soñamos?

Creo que toda relación es un Puente de doble vía, y la relación con Dios no es una excepción.  Si yo espero grandes obras Divinas y grandes Milagros, deberé estar dispuesta a trabajar con devoción, apostando todo lo que soy y todo lo que tengo, con la confianza absoluta de que Dios me ama y solo puede brindarme lo mejor.



Te cuento un secreto, desde mi experiencia personal: solemos desconfiar como una manera de protegernos y mantenernos a salvo, pero esa precaución extrema nos mantiene en un nivel de ansiedad y tensión que nos roba la alegría.  Una vez que comienzas a confiar y de verdad, te lanzas como un niño por el tobogán de la vida, sabiendo que su madre amorosa lo espera para no golpearse cuando llegue al suelo, te llenas de un sentimiento de libertad profunda, de una alegría que te colma de risas.  Entonces, como el niño que dudaba en lanzarse por el tobogán de la plaza, quieres volver a intentarlo una y otra vez, porque descubres lo divertido que es aprender a confiar y disfrutar el viaje.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes



El que no te hayan enseñado a confiar en tu niñez, 
no significa que tú no puedas aprender a confiar en tu vida adulta. 
Tan solo imagina, que a los ojos de Dios, 
sigues siendo ese niño mágico, amado y bendecido.






Comentarios

  1. WOW este mensaje llega desde el cielo y de tus manos Susie, muy hermoso mensaje que no debemos olvidar, gracias gracias gracias por ser mensajera de Dios🙏

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    1. Gracias Liby, así es, anoche me tuvo escribiendo y dictando hasta que todo estuviera anotado. Deseo que seas bendecida con Confianza absoluta en Su Amor y en tus dones.

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