¿Justicia o Castigo?

 Cada vez que hay noticias en mi país o en otras regiones del mundo relacionadas con injusticias o crímenes aberrantes, una parte de mí se siente atraída a seguir el caso, escuchar las noticias hasta saber que finalmente se ha ‘hecho justicia’.



¿Por qué me sucede esto?  No solo porque soy una PAS (persona altamente sensible), sino porque soy una sobreviviente y durante gran parte de mi vida, permanecí en posición y actitud  de víctima, con sed de ‘justicia’ o alguna clase de reparación.

En cualquier caso de abuso, crimen, asesinato o tragedia, no hay reparación posible en el sentido de remediar lo que sucedió, borrarlo o deshacerlo.  Se aprende a vivir con el trauma y el dolor constante.  La única reparación posible es la sanación espiritual, mental y física de los sobrevivientes.  El único milagro posible es lograr que las Almas presentes y ausentes puedan respirar en la Luz y en la Paz de Dios.

Cuando me involucro mental o energéticamente con casos que inundan las noticias, conecto con la energía de las víctimas, pero también, indefectiblemente, termino conectando con la energía de los depredadores.  No me hace bien, tengo pesadillas, mi energía se torna densa y negativa y pierdo mi punto de equilibrio y de paz.  De algún modo, todos guardamos una cuota de morbo en nuestro interior.  Sentimos, de alguna manera, que si se hace justicia con otras víctimas, nos dará algún alivio porque nosotros no pudimos disfrutar esa justicia.



La sociedad Argentina está atravesada en el verano de 2022/2023  por dos juicios históricos que están relacionados con crímenes aberrantes, y de algún modo, he terminado siendo la polilla atraída por la luz oscura de estos casos. 

Como sociedad, rezamos porque se haga ‘justicia’.  Ahora bien, cuando rezamos pidiendo por justicia, no estamos necesariamente pidiendo por justicia divina; lo que entendemos por justicia humana es el castigo de los asesinos, abusadores o perpetradores.  Un deseo oscuro nos invade, deseando que sean golpeados en la cárcel, que no tengan paz y que padezcan toda clase de horrores.  Sí, aún las personas más espirituales y luminosas, tenemos momentos de oscuridad ante situaciones de tremenda injustica y ante crímenes monstruosos que escapan el sentido común de cualquier ser humano.

Desde que recé el Rosario Amoroso de los 7 Dolores, he quedado en estado de reflexión constante, conmovida por el tránsito vívido por cada una de las espadas que la Madre María tiene clavadas en su corazón.  Entonces, me pregunto, si acaso, esa justicia que reclamamos como sinónimo de castigo perpetuo, no es tal vez una multiplicación de la misma negrura, un deseo de venganza, una necesidad de que el victimario sufra diez veces más lo que sufrió la víctima.  Indudablemente, las leyes y castigos humanos no están funcionando, porque la violencia, la aberración, los asesinatos, las violaciones y los maltratos, tanto a adultos como a niños, han aumentado de una manera que no se condice con nuestro supuesto grado de evolución humana y espiritual.



¿Qué sucedería si en nuestros rezos pidiéramos Justicia Divina, deseando que esas Almas oscuras y carentes de Amor, fueran transformadas por la Gracia y Redención Divina?  ¿Cómo afectaría energéticamente a la sociedad entera y las familias dolientes si rogáramos para que esas Almas desviadas pudieran conocer a Dios y encontrar la Paz que nunca tuvieron?

Es que cuando conecto con la energía de los perpetradores (de cualquier sexo que sean), pienso en sus padres y en sus abuelos, en sus familias, en los adultos que los criaron, en los parientes que ignoraron las señales, en los familiares que justificaron sus acciones, en los mentores que activaron su odio y su caos interno, en los abusadores que los dañaron desde edad temprana, en sus hogares vacíos de paz y amor, en sus entornos oscuros y tormentosos.  Ningún ser humano nace lleno de odio, violencia y caos.  La personalidad se construye a partir de las experiencias de vida, de las influencias del entorno, del daño recibido, de los traumas que no sanaron, de las heridas que se infectaron con resentimiento y de las elecciones que hacemos para transitar el camino que nos toca.  Es cierto que cada persona elige como actuar ante la adversidad, es verdad que cada uno de nosotros somos responsables por nuestra propia felicidad y paz interior; pero quien crece en un ambiente tóxico y en un clan familiar adicto a las culpas y las proyecciones de responsabilidades, difícilmente pueda comprender esto con claridad.

No justifico la violencia ni la aberración, nunca lo haré; sin embargo mi mente inquieta se llena de preguntas y hace matemáticas: por cada abusador/asesino/perpetrador, ¿cuántas personas de su entorno compartieron la responsabilidad de esa personalidad desviada?



Un niño que crece en un ambiente familiar donde la violencia es moneda corriente, donde el abuso se disimula, donde la burla es considerada un acto de amor;  donde los progenitores que deberían protegerlo, cuidarlo y educarlo lo dejan a la deriva y priorizan sus propias necesidades egoístas; un niño que crece en este tipo de ambiente puede convertirse en un ser deprimido, suicida o abnegado o puede adoptar una postura llena de resentimiento, agresión contenida y percepciones alteradas de la realidad (sea como sea, terminará siendo siempre juzgado por la sociedad y por su entorno más cercano).

En lo personal, creo que un abusador, un perpetrador o un asesino, es apenas la fruta podrida de un árbol enfermo.

En algún momento de mi vida he rechazado la pena de muerte por considerarla un regalo (para quien ya no tiene nada que padecer en el mundo físico) y he deseado que se implementaran sistemas de tortura para los presos por crímenes aberrantes o incluso por violación.  (Cada una castiga mentalmente lo que ha padecido o lo que ha visto padecer.)

A medida que avanzo en mi Sendero Espiritual y busco mi paz y mi sanación interior, aprendo que esos deseos eran solo parte del grito de dolor de una herida que me envenenaba por dentro.  Sumarnos al círculo de victimario/víctima nos mantiene en una espiral defensiva/agresora que suma más oscuridad, resta amor y sobre todo nos aleja de la verdadera Paz.

Cada tanto, vuelvo a ver la película La Cabaña / The Shack.  El protagonista sufre un dolor insoportable porque su hija pequeña ha sido asesinada de una forma aberrante.  Esa película mueve todos los hilos, todas las cicatrices, todas mis sombras y todos mis demonios.  Una de las escenas que más me impacta es el encuentro con La Sabiduría en la cueva oscura de la psique: ella le da a elegir entre sus hijos, el que se porta bien y el que se porta mal; con esa alegoría le explica el Amor de Dios por todos los seres humanos.

En mis proyecciones mentales, cada vez que conecto con uno de estos casos oscuros, termino viajando en el árbol genealógico de los depredadores;  me pregunto qué pensarán o qué sentirán sus padres, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos y sus maestros; me pregunto si alguno de los adultos retorcidos en sus vidas sienten algo de culpa por la pústula visible ante toda la sociedad.  Cuestiono si quienes mantuvieron sus ojos vendados, siguen ajenos a la realidad que los rodea.



¿Si destruimos o maltratamos la manzana podrida habremos eliminado la multiplicación de corazones enfermos?  No, seguro que no.  ¿Habrá que talar el árbol entonces?  Tampoco creo que esa sea la solución.  Creo que la única solución posible es enfocar nuestra energía en buscar la sanación del árbol enfermo, para que ese mismo árbol, no produzca otras manzanas podridas, para que las raíces dispersas por el suelo no transmitan a otros árboles la savia intoxicada por falta de buen amor.

Es cierto, no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.  No se puede obligar a una madre a que se divorcie del hombre que la maltrata frente a sus hijos o incluso abusa de ellos.  No se puede exigir a una familia que comience un camino de sanación que aún no reconoce como necesario.

¿Qué podemos hacer?  Podemos cuidar lo que pedimos, lo que oramos, lo que deseamos, lo que exigimos.  Podemos rezar en devoción desde el amor y la paz o desde el resentimiento y el dolor.  Podemos sumar plegarias y multiplicar destellos de luz que oren por la sanación de tantos árboles enfermos, de tantas raíces oscuras recorriendo profundidades que no distinguimos.



Si realmente vamos a pedir Justicia Divina, la única Justicia posible es corrernos del estrado, dejar nuestro disfraz de jueces y permitir que Dios decida lo que cada ser humano necesita para aprender, sanar, trascender, transmutar y encontrar el milagro del arrepentimiento bajo La Gracia y de manera perfecta, en el Amor de Dios Padre.

Mientras tanto, nuestra tarea es convertirnos en Amor, Luz y Paz; permitir que Dios nos habite y así convertirnos en Apóstoles silenciosos.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

 

Para ver o leer

-          El silencio de los sobrevivientes

-          La defensa que nos daña

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