¿Por qué confiamos?

Confiamos porque amamos, porque somos buena gente, porque nos cuesta aceptar que hay gente mala y mezquina; porque vemos a los otros como los queremos ver: porque a veces nos vemos las señales y otras veces las ignoramos.


Cuando bajamos la guardia y confiamos en la persona equivocada, nos sentimos humilladas, traicionadas, usadas, frustradas, impotentes, dolidas, desprotegidas y sumamente culpables.

Revisamos cada detalle de nuestra memoria, cada momento y cada palabra. Sea como sea, siempre salimos perdiendo; o eso creemos.


En estos días leí una publicación en inglés que explicaba que cuando damos algo bueno, inevitablemente quien lo recibe se transforma y aprende a expandir su consciencia y dar también bondad a otros.

Creo que eso no siempre funciona así. Hay personas que son parásitos energéticos y solo saben vivir tomando o recibiendo de otros. Hay quienes se viven cobrando en otras personas lo que creen que la vida les adeuda. Algunas personas que han sido vulneradas y usadas anteriormente, eligen repetir esa conducta como una forma de recuperar lo que el destino alguna vez les robó y les sigue negando.

No. No todas las personas que reciben bondad, darán bondad. No todas las personas que reciben ayuda generosa, abandonarán su mezquindad. No todas las personas que son miradas y tratadas con compasión, aprenderán a ser empáticos y compasivos.

No es un decreto falaz y fatalista. Es reconocer que cada quien da lo que es, lo que lo habita o lo que elige como combustible de su vida.


Mi primer vehículo motorizado fue un pequeño Fiat 600, que había pasado por varios dueños. Muchas personas se reían de mí porque siempre llenaba el tanque con nafta súper (gasolina). Estaba convencida de que eso ayudaba al motor a funcionar mejor. Si, era un modelo viejo y básico, pero con cuidados amorosos y conocimientos técnicos, nos llevaba siempre de paseo con mis hijos y me dejaba en el trabajo cada día.

Soy igual con las personas. A veces malgasto lo mejor de mí, mí tiempo y mí dedicación, con quién no lo valora o con quien finalmente demuestra no merecerlo.

¿De quién es la culpa?
¿De quién apuesta a la mejor versión de cada ser humano?
¿O de quién elige ser su peor versión?

Susannah Lorenzo ©
Tejedora de Puentes



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