La sumisión del arroz con leche

 Nací en la década del 60, en el seno de una familia conservadora y tradicional que practicaba el PNL (Programación Neuro Lingüística) de forma inconsciente a través de los cuentos de los hermanos Grimm (antes de dormir) y de canciones y rondas infantiles como la de la farolera que tropezó y la señorita de San Nicolás que debía saber labores importantes (como coser y bordar) para ser elegida como una novia dispuesta a casarse y ser buena esposa.



Sí, aprendí a bordar, coser, cocinar, limpiar, planchar, tejer a dos agujas y crochet, a realizar manualidades y a remendar medias (calcetines).  Sin embargo, mi inteligencia y mi curiosidad me mantenían atenta a las tareas de mantenimiento que realizaba mi padre en la casa, a sus herramientas de construcción cuando levantaba una pared, o la caja de herramientas que usaba para reparar el coche (automóvil o carro) o los rituales para revisar que todo estuviera bien antes de un viaje: aire en las ruedas, aceite en el motor, agua en el radiador, líquido de frenos, escobillas del limpia parabrisas, elementos de señalización, matafuegos y otros elementos que todo buen conductor debe llevar para viajar en la ruta. 

Cuando leía los libros que coleccionaba era siempre la heroína que se rebelaba a los mandatos y las reglas encorsetadas: era Heidi en los Alpes Suizos, Dorothy en El Mago de Oz, Alicia en el país de las Maravillas o Jo en Mujercitas.  Comencé la escuela un año antes de la edad establecida porque mi inteligencia y mi curiosidad podían más que los planes escolares, siempre terminaba los ejercicios antes que mis compañeros y podía dibujar el cruce de los Andes (de San Martín y sus soldados) en la primera mitad de la clase de dibujo, logrando que las maestras me usaran para dibujar las pizarras de la galería en los actos escolares.  Cuando terminé los talleres de séptimo grado (ultimo año de la escuela primaria), me sentía orgullosa de haber aprendido a preparar perfectamente la crema pastelera y haber cosido mi primera pollera (falda) en color rosa pastel.

Era una combinación poco común, peligrosa y explosiva para una niña, casi adolescente, que había vivido en muchas ciudades y provincias, había conocido diferentes culturas; hablaba, escribía y pensaba en inglés,  y desde la soledad de la discriminación y el bullying había crecido para dentro.

Luego vendría la poesía, para escribir y sentir con una sensibilidad que no era apropiada para la señorita de San Nicolás y anunciaba una farolera que tropezaría más de una vez.

Será por eso, que cuando me encontré como madre sola de mis tres hijos, inventé nuevos versos para la ronda del Arroz con Leche:

“Arroz con leche, me quiero casar, con un caballero de San Nicolás, que sepa cocinar, que sepa limpiar y que sepa abrir la puerta para ir a pasear.”

Mis hijos se divertían, pero el entorno familiar comenzó a creer que sería oportuno salvar a mis hijos (sobre todo a mis hijas mujeres), de la influencia peligrosa de una madre (yo) rebelde y desquiciada que amenazaba con usar el PNL de forma consciente y les hablaba de espiritualidad, libertades, roles compartidos, la manifestación del Alma y el Espíritu y la protección energética para cuidar su salud.




Muchas mujeres de la misma generación nos rebelamos a mandatos, nos negamos a la resignación, denunciamos la violencia, dijimos las cosas por su verdadero nombre y estrenamos la ley de divorcio en nuestro país.

Sin embargo, la sumisión programada desde nuestra niñez, nos ha jugado en contra más de una vez, creando patrones inconscientes de conducta o mecanismos de defensa que nos ha llevado años aprender a detectar.

Porque, después de todo, la niña sumisa era y es aceptada, amada, celebrada, agasajada, valorada y recompensada. De la niña sumisa se habla bien, se la elogia frente a todos, se nombra con orgullo y se muestra como ejemplo para todo el clan familiar.  No importa lo que suceda dentro de su mente o su corazón, lo que importa es que su comportamiento sea ejemplar y no defraude a la familia, a la sociedad o incluso al vecindario de turno.



Sumiso (sinónimos): dócil, humilde, resignado, manso, obediente, fiel, manejable

Antónimo de sumiso: rebelde


Quien emprende el camino de la rebeldía paga un precio muy caro: soledad, aislamiento, rechazo, humillación, condena, desaprobación, castigo y falta de empatía.

¿Me pregunto qué habrá pasado con todas las mujeres rebeldes de los 60 y los 70?  Esas que se animaron a desafiar mandatos sociales y familiares. Me lo pregunto, porque de algún modo, son quienes, ahora en sus 50 o 60, digitan  o consienten otras sumisiones, y exigen docilidad, obediencia y resignación a la Matrix del Sistema, a los parámetros sociales que convienen a gobernantes y grandes corporaciones, a un sistema educativo en decadencia que promueve el facilismo y debilita el ejercicio de la inteligencia y el discernimiento.

Ya no es solo la exigencia de ser fiel al clan familiar y a los contratos energéticos del árbol genealógico, respetando las creencias y enseñanzas de las generaciones anteriores.

El Sistema o la red de poder invisible que digita la vida de ciudadanos dormidos (no conscientemente despiertos) exige y demanda obediencia ciega, y considera ciudadanos aptos a quienes mansamente se vuelven manejables, sin cuestionar, sin preguntar, sin salirse de la línea punteada, sin cruzar la franja amarilla, sin bailar por las calles ni caminar por baldosas en diagonal.



En este 2022, la inteligencia, la poesía, el Amor con todas las letras, decir las cosas por su nombre, la Verdad, la Espiritualidad (del Alma y no de avisos baratos), la empatía, la compasión, el discernimiento, la individualidad y la Libertad son más que nunca considerados un ejercicio de rebeldía.

Lo que vende, lo que suma seguidores, lo que reditúa, lo que está de moda y se vuelve tendencia (trend), es digitado a través de redes sociales;  mientras gran parte de la humanidad se aturde imitando comportamientos superficiales, se contagia de miedo y corre en una rueda de hámsteres bailando la música que todos bailan, repitiendo las palabras que todos dicen y comprando lo que los convierte en ciudadanos sumisamente aceptables y manejables.



Aún nos resta aprender:

  • A ejercer la Libertad sin sentirnos culpables.
  • A Amar desde la vulnerabilidad sin avergonzarnos.
  • A elegir desde lo que realmente Somos y no desde lo que dictan otros.
  • A brillar sin esconder nuestros colores.
  • A respetar sin juzgar.
  • A reconocer sin condenar.
  • A creer en nuestra Divinidad/ Dios/Universo, sin buscar la aprobación de otros humanos.
  • A silenciar los mandatos en nuestra mente.
  • A cantar las canciones que a nuestro corazón alegran.
  • A bailar la música que nuestro espíritu necesita.
  • A tener la valentía de Ser, únicos, irrepetibles, mágicos y originales.
  • A rescatar nuestro niño interior de la sumisión que nos quita la paz para contentar a otros.

Susannah Lorenzo

Enero 2022

 

Canción del Arroz con Leche (la versión que yo aprendí de niña hablaba de San Nicolás y no de la capital).

Canción de La Farolera

 

 

 

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