De crisis y culpables



Nací en septiembre de 1964 en San Juan, Argentina.  Crecí escuchando quejas sobre la crisis económica, el gobierno de turno o el gobierno anterior que dejó su herencia de deudas y arcas vacías.  Si no era la culpa del gobierno de turno, había sido la culpa de los colonizadores españoles, de las invasiones inglesas, de los gauchos flojos, de los inmigrantes que vinieron a quitar lo mucho que había en este país para compartir o del país del norte que condiciona las decisiones de muchos gobiernos latinoamericanos.

Como descendiente de inmigrantes españoles que escapaban de la guerra, Franco o la hambruna, me crié con ideas de carencia, esperar lo peor y guardar el postre para días de gloria.

En mis 54 años no recuerdo una época de bonanza o de ‘no crisis’, siempre hay alguien reprochando que hubo una época mejor.


En mi vida adulta, laboral y profesional, mis únicas épocas de bonanza transcurrieron mientras trabajaba para empresas  o universidades extranjeras (anglosajonas) con una cultura de trabajo y organización muy diferente a la argentina. Durante esas contrataciones o empleos, no necesitaba preocuparme de cuánto ganar, sino simplemente de hacer bien mi trabajo, perfeccionarme y superarme cada día.  No tenía que convencer a nadie de cuánto valía mi trabajo y la tarea más difícil que podía tener era conseguir personal argentino que estuviera dispuesto a trabajar bien y cumplir su horario sin que nadie lo mire ni le mida el tiempo.

Creo en la calidad suprema de todo lo que hacemos, creo en la responsabilidad individual y colectiva, creo que la equidad viene de reconocer el justo valor de lo que cada quien hace: ni la gran avivada argentina de vender a 100 lo que vale 20, ni el abuso argentino de querer todo bueno, bonito y barato, que salga dos pesos pero que sea de oro y dure toda la vida.

Estoy convencida de que el problema de nuestro país no es económico, sino cultural.  Mientras predomine la cultura criolla del gaucho de hacer poco y ganar mucho, de trabajar sólo cuando lo mira el patrón y hacer las cosas como para zafar, entonces nada bueno puede resultar.  Mientras predomine la cultura colonizadora del que se cree superior y explota a sus empleados, pagando miserias por trabajos profesionales y mire a los de abajo como huarpes que no se subieron nunca a un avión, entonces no alcanzará para todos aunque en este país sobren los recursos para todos los que estamos.

Como país colonizado y luego poblado por numerosos inmigrantes de diferentes orígenes, estamos siempre mirando para afuera, creyendo que lo importado es mejor, soñando con el viaje a Europa, subestimando las vacaciones en un pueblo cordillerano; criticando al colonialismo pero llamando a nuestro negocio con palabras en inglés que no sabemos escribir o copiando frases que no sabemos qué significan para parecer ciudadanos modernos del primer mundo.


Hay estudios científicos en seres humanos que demuestran que si a una persona sana, cualquier persona vestida de médico (con chaqueta y su nombre bordado) le confirma un diagnóstico terminal, esa persona comienza a morir de a poco, convencida de que ya nada puede hacer para estar sana. 
Del mismo modo, en algún momento, alguien convenció a este país de que tenía un diagnóstico de una enfermedad  crónica incurable, un cáncer social de crisis e inconformidad que nos quitó la alegría de ser argentinos.


Un país es un ser vivo, como un gran océano energético formado por minúsculas gotas de energía, representadas por cada persona que vive en este territorio.  Si todos repetimos diariamente (más de una vez al día) que este país está en crisis, que todo está mal y que vamos peor, seguramente será así.  Nos convertimos en agoreros, en el adivino que sentencia que a su cliente le sucederá algo muy malo.  Quien está convencido de que algo malo le sucederá, así será, porque lo ha creado en su mente, y lo que es real en la mente, se termina manifestando en el plano físico.

Sin embargo, carecemos de esta conciencia cósmica y colectiva, nos ocupamos de elevar nuestras energías personales y practicar yoga dos veces a la semana, pero no asumimos nuestra responsabilidad en la trama colectiva de nuestra ciudad, nuestra provincia y nuestro país.  Creemos que con votar o elegir al mejor candidato o al menos malo, ya cumplimos con nuestra cuota.

¿Pero, qué hacemos para que este país, este océano de energías funcione bien?

Por empezar, habiendo trabajado en radio y prensa gráfica, puedo asegurarte que los medios están siempre manipulados, las noticias digitadas y la verdad controlada por intereses económicos o de poder.

Creer todas las noticias, repetirlas, duplicarlas, compartirlas, exagerarlas y dormir con esa verdad en la almohada, es ignorar nuestra capacidad para discernir y descubrir la verdad cierta por nuestros propios medios.

El disparador para escribir esta nota, fue el comentario en las redes, de alguien que cree que la culpa es del país que está en crisis y todo va mal.  Yo me pregunto y te pregunto, si realmente todo está tan mal, ¿cómo es posible que tantos argentinos viajen fuera del país al menos una vez al año? ¿Por qué tantos argentinos, no sólo viajan por sus vacaciones sino que se toman los fines de semana largos para visitar algún lugar turístico en el país o cruzando la cordillera?

Muchos comerciantes se quejan de que no hay ventas, pero no analizan el porqué dentro de sus negocios, no contemplan la situación en la que ‘negrean’ a sus empleados, el margen excesivo para remarcar sus productos, el cortoplacismo de querer ganar mucho en poco tiempo y recuperar los gastos con una sola venta.

Mientras muchos negocios cierran, despiden empleados o culpan al gobierno de sus pocas ventas, las empresas de correo privado han crecido notablemente en el último año y las ventas on line han superado las ventas en comercios físicos.  Si bien, muchas personas prefieren la comodidad de comprar desde su casa, los precios suelen ser más baratos que en las provincias del interior del país y la facilidad de cuotas permite satisfacer varias necesidades en poco tiempo.

Si miro alrededor, en la ciudad donde vivo, los restaurantes, parrilladas, restós, bares, peluquerías de alto nivel y centros comerciales están llenos, no sólo los fines de semana, sino también jueves y viernes.


Vemos lo que quieren que veamos, o vemos lo que queremos ver.  Podemos elegir enfocarnos en lo que está bien. 
Podemos elegir comprar al artesano y al emprendedor que nos garantiza calidad, esmero y dedicación, y fomentar así las pequeñas economías.

Tomo el ejemplo de la sucursal de Carrefour en San Juan, que depende de un gran cadena, y no es un artesano, emprendedor o profesional independiente.  En algún momento al inicio de 2018 se corría el rumor de que cerraría, quebraría o no sé cuanta cosa;  tenía muy pocos clientes y su ubicación, en pleno centro de la ciudad, no resultaba cómoda para quienes prefieren los hipermercados en centros comerciales. Las empleadas de siempre (ex casa Tía) y los nuevos, cuidan la atención al cliente, recuerdan los clientes frecuentes y tiene la mejor atención de caja.  No sé si fue una política local, regional o nacional, pero se reinventaron: crearon promociones con su tarjeta propia de crédito, agregaron carteles en la sección verdulería para dar a conocer propiedades y beneficios de frutas y verduras, crearon un sector de esparcimiento con televisor y mesa para dibujar para niños;  crearon un sector de descanso con sillones, algo para tomar y posibilidad de recargar el celular; vigilan y cuidan mantener la rapidez de atención en cajas, y en los días en que las colas se alargan por fechas especiales, un empleado invita jugo o caramelos para quienes esperan.  Pertenecen a una gran cadena y aún así, cuidan su puesto de trabajo, buscan generar más trabajo y clientela y atienden de manera personalizada.



El mundo está cambiando y las reglas del juego también.  Si no aprendemos, si no nos sumamos, si no aceptamos nuestras responsabilidades colectivas y universales, perdemos la posibilidad de crecer y ‘salir’ de la tan temible ‘crisis’.

Hace tiempo que intento comprar en forma consciente, valorando el esfuerzo de quien ofrece lo mejor de sí, celebrando a quien trabaja con ganas y se supera,  cuidando la calidad de lo que consumo y bendiciendo a cada persona que participa en el proceso de lo que yo recibo.

Cualquiera pensaría que este pensamiento es alguna reflexión propia de una terapeuta holística, pero el mundo se maneja ahora con Marketing 3.0 y en algunos países con Marketing 4.0, donde las reglas del juego se van adaptando a los nuevos tiempos, a la nueva consciencia universal, integral y holística de lo que somos, hacemos y manifestamos.



Necesitamos un cambio cultural y educativo, y ese cambio sólo es posible a través de la siembra diaria que cada quien hace: en su casa, en la oficina, en el trabajo, en el vecindario, en su ciudad, en su provincia y en su país.

Nuestro desafío son las redes comunitarias, redes de emprendedores y redes de buena voluntad.  Que la supuesta crisis sea una provocación para crear nuevas realidades;  para generar espacios de seguridad y contención, de productividad y creatividad.


Hasta el 2012 trabajé para una universidad extranjera que reconocía mi capacidad, mi talento y mis aptitudes, sin importar mi edad o mi género.  Suspendieron sus proyectos en Argentina, no porque no fueran viables o por la situación económica, sino porque los gobiernos provinciales y regionales consideraban indiscreto que estudiantes de otro país llegaran a instalar plantas potabilizadoras accesibles en nuestras zonas rurales.  
Durante varios años después de eso, me sentí una desempleada fracasada, una mujer que con más de 40 no podía conseguir trabajo en ninguna empresa argentina y que añoraba ganar 15 USD  por hora.   
Me demoré más de la cuenta en lamentaciones, reproches y en culpar a otros por mi situación: al gobierno de turno, a la cultura machista que busca empleadas jóvenes, flacas y lindas; a mi mala suerte de madre soltera y otras cosas más. 
Más tarde o más temprano, todos tenemos la elección de despertar, reinventarnos, recoger los despojos y crear una vida nueva.  Sinceramente, aquella crisis, aquellas malas políticas regionales y las muchas entrevistas laborales fallidas, me empujaron a ser valiente y decir: soy emprendedora.  No es un camino fácil, hacemos múltiples tareas, ejercemos diferentes roles y muchas veces invertimos más de lo que ganamos; pero mientras tanto, disfruto lo que hago y lo que hago y ofrezco lleva lo mejor de mí.


No sé si tendré la suerte de ver una sociedad que cuide los intereses colectivos en pequeña y gran escala, no sé si el cambio cultural sea algo que llegue pronto.  Pero si se que lo que hacemos en el presente, cambia nuestro futuro; lo que sembramos, alguien, algún día lo cosechará.  De sólo pensar que mi nietos vivirán en un país mejor, me da aliento y fuerzas para generar pequeños cambios cada día y elegir ver aquello que sí funciona bien.

Susana Lorenzo
Escritora bilingüe
Traductora e Intérprete
Terapeuta holística

Un ejemplo más: mientras terminaba la nota, llegó el repartidor de Correo Urbano.  Mientras en las redes se habla de la quiebra de Oca, Correo Urbano se ha expandido gracias a Mercado Libre, y brindan el mejor servicio en la zona, en cuanto a rapidez de entrega, seguimiento y trato personalizado.  En realidad, no es un repartidor, sino una pareja (un hombre y una mujer) que se organizan como chofer y copiloto, agilizando logística y tiempos; logrando repartir en un día todo lo que llegó al depósito el día anterior (para la zona asignada).  Cuando no encuentran al destinatario del paquete, llaman por teléfono para corroborar si está o no en el domicilio y en última instancia dejan una nota con el horario de visita.  Tengo incluso el número de whatsapp de la mujer, para coordinar en qué horario pasan por mi barrio.  Seguramente, a falta de empleo estable, lo tomaron como un emprendimiento y tercerizan el servicio para la empresa.


Zafar

El hombre que plantaba árboles




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