Pesca con mosca

Aclaración personal: no me gusta pescar, no sé mucho de pesca.  Lo poco que sé lo aprendí de alumnos y clientes amantes de la pesca con mosca y de traducciones que me tocó hacer cuando vivía en Malargüe, al sur de la provincia de Mendoza.  Tuve además la suerte de visitar el taller de uno de mis alumnos que guardaba todos su insumos para ‘armar las moscas’,  en un viejo escritorio de madera,  heredado de su abuelo, de esos que tienen muchos cajones.

La pesca con mosca comienza con el atado de la mosca.  La mosca se arma con plumas, cintas, diferentes materiales de colores que llamarán la atención de la trucha una vez que flote sobre el agua.  La pesca con mosca es generalmente deportiva, es decir ‘catch and release’, el pez se devuelve al agua sin haberlo lastimado.  (No es algo con lo que yo esté de acuerdo, pero no es el tema de este blog.)  Cada pieza (mosca) es única, y se cotizan en dólares en todo el mundo según los materiales usados o las formas logradas.


Mosca para salmón


Luego, el pescador se atavía con chaleco de rigor, que tiene muchos bolsillos para guardar toda clase de aparejos, su caja con moscas, sus cañas, su sombrero, su termo y algunas cosas más para pasar días enteros a la orilla de un río o del brazo de un río de montaña.

Dicen que la trucha es muy astuta, reconoce ruidos, colores y olores, por lo tanto el pescador debe camuflarse con la naturaleza en absoluto silencio, sin conversar siquiera con sus pares, que deben mantenerse a una distancia prudencial.



El arte de lanzar la tanza con la mosca (casting) es todo un arte, que dependerá  de dónde convenga que aterrice la mosca.  Debe ser silencioso y con estilo.  Hay una película muy bonita que muestra algo de esta actividad y se las recomiendo, porque tiene que ver con el tema del blog: La Pesca del Salmón en el Yemén.  (Es una película preciosa que habla de lo imposible, de los sueños, del amor por supuesto y de las visiones.) (Yo la he visto un par de veces, porque cada vez que la veo, me deja una enseñanza diferente.)

En fin, volvamos a lo nuestro. El pescador, una vez que ha lanzado la mosca al agua, se puede sentar sobre una roca, una silla plegable o mantenerse de pie con una ‘santa paciencia’ a esperar que la trucha o el salmón, se sienta atraído por su anzuelo.  No puede apresurarse, no puede salir corriendo a perseguir sus presas.  No puede gritar a viva voz que necesita que muerdan el anzuelo hoy.



La pesca con mosca es un arte, el arte de la paciencia; es un baile entre la naturaleza y el ser humano, es un lenguaje silencioso donde gana el más paciente, porque la paciencia vence a la astucia.

Si nuestro producto o servicio es algo especial, algo artesanal, algo único, algo mágico, algo irrepetible, es casi como una ‘mosca’ de las que se usa en pesca.  Lleva horas de trabajo, implica creatividad, precisión, imaginación, pasión y mucho amor por lo que se hace.

El pescador con mosca no se va allí a ese recodo del río donde está superpoblado de pescadores; busca lugares escondidos, poco frecuentados, donde las truchas se sienten a salvo, donde el silencio solo permite reconocer el canto de los pájaros y el movimiento del agua. El buen pescador, tiene sus lugares secretos que no comparte siquiera con sus clientes, aún cuando trabaja como guía de pesca con mosca.

Hay pescadores que viajan kilómetros y cruzan océanos para encontrar esos sitios jamás contaminados por el hombre.  Porque dicen, que la trucha silvestre (no acostumbrada a los pescadores) es diferente a la que ya se cansó de verlos y sabe todas sus mañas.



Y no solo vale la comparación con nuestro emprendimiento, sino también con nuestros deseos más secretos, con esos sueños que encienden nuestro corazón con colores únicos y alteran nuestro pulso en un baile que solo nuestro niño interior reconoce.

Nosotros arrojamos, por así decirlo, nuestro deseo al vasto cielo donde Dios habita, donde todo es posible, donde los sueños, los pensamientos y los secretos se condensan en estrellas, en planetas o constelaciones completas. No podemos, como un niño rebelde e impaciente correr de un lado a otro de la orilla, gritando eufóricamente para saber si nuestro pez ha mordido el anzuelo.  Si hacemos eso, seguramente, habremos espantado el pez, habremos perdido de vista el rincón más calmo del río y no tendremos idea cómo es el comportamiento del pez que estamos intentando atrapar.

Es cierto, Dios está en todas partes, está aquí mientras escribo, está allí mientras lees, está en la calle en medio de coches y peatones, está en los hospitales, está en los hospicios, está en los geriátricos, está en la almohada del niño que no puede dormir, está en la tristeza de la mujer abatida, está en la alegría de quien se acaba de descubrir enamorado, está en el beso que acaba de despertar un corazón… está en todas partes, incluso en el río y en los ojos perspicaces de las truchas, sí.  Pero a su vez, está tejiendo redes, armando moscas, creando sincronicidades y conexiones, agendando encuentros, cerrando puertas y abriendo ventanas, construyendo nuevos puentes, inaugurando caminos, bloqueando senderos que ya no llevan a ningún sitio, calmando tormentas y desatando huracanes.  Está ocupado en todo sitio y en todo momento, trabajando en un plan mayor que ni tú ni yo podemos vislumbrar.



Armemos nuestra ‘mosca’, nuestro sueño, nuestro proyecto, nuestro aviso, nuestro producto, nuestro servicio, nuestra semilla; cuidemos nuestra siembra, confiemos en que si hemos puesto lo mejor de nosotros, volverá lo mejor que el universo tiene para nosotros.  Pero el tiempo…,  el tiempo solo Dios sabe.  

Mientras tanto, hagamos como el pescador: prepara una taza de té o unos mates o un café, hagamos silencio, aprendamos de la naturaleza, veamos cómo se comporta el agua, la trucha, el río, el árbol, el cielo, disfrutemos el momento;  y sobre todo, aprendamos a lidiar con nuestros miedos, ansiedades y temores, que son el único impedimento para alcanzar lo mejor de lo mejor, que Dios tiene preparado para nosotros.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

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