La mujer perdida
8 de marzo de 2021
Día Internacional
de la Mujer
Siento que no
tenemos mucho por celebrar, creo que no hemos avanzado tanto y me pregunto si
no hemos equivocado el camino.
En algún momento
de mi vida me enorgullecí de ser una luchadora, un prototipo de Mujer
Maravilla, una ‘mujer’ capaz de hacer de padre y madre y trabajar a la par de
varones, para darles a mis hijos todo
aquello que necesitaban (al menos en lo que refiere a bienestar físico).
Pero esa supuesta
igualdad laboral, significó resignar momentos de maternidad, calidad de
vínculos, reprimir emociones, anular ciclos naturales femeninos e ignorar
necesidades y dolores de mi cuerpo. Es
que para ‘luchar’ a la par de los hombres, terminamos masculinizando nuestra
vida, reprimiendo nuestra energía femenina y potenciando nuestro lado viril:
ese que nos permite salir a cazar, traer la recompensa a casa y omitir nuestros
instintos más sagrados.
Desde que
recuerdo, desde que comenzó esta rebelión de las mujeres contra el machismo y
el patriarcado para hacer valer sus derechos, nos la hemos pasado luchando:
luchando contra el sistema, luchando contra los hombres, luchando contra el
sometimiento, luchando para darle de comer a nuestros hijos, luchando para que
se cumplan los derechos de nuestros hijos, luchando para poder estudiar,
luchando para poder trabajar, luchando para poder tener un techo, luchando para
ser escuchadas, luchando para ser respetadas, luchando para ser reconocidas,
luchando…
En el camino, los
hombres perdieron su rumbo, su rol, y sus destrezas; se dedicaron a defender lo
que creían propio y terminaron presas del mismo machismo y patriarcado,
incapaces de evolucionar (emocionalmente hablando) y adaptarse a nuevas formas
de relaciones personales.
Como resultado,
hay más violencia, más enfermedades mentales, más depresión, más frustración,
más enojo, más guerras interiores, más guerras familiares, más enfermedades
crónicas, más insatisfacción, más intento de control, más sometimiento y menos
libertad.
Creo que en vez
de luchar y jugar a ser guerreras invencibles, deberíamos retomar el camino de
la sacerdotisa, de la mujer medicina, de la criatura sensible y vulnerable; y
hacer lo que mejor sabemos hacer: amar, curar, enseñar, educar, bendecir, hacer
alquimia en las cocinas, bailar y hacer el amor con las palabras y las manos.
No será fácil: ya
no hay hogueras en las plazas públicas, pero hay condenas en las redes sociales
y juicios en el murmullo de la muchedumbre.
Caímos en la trampa y dejamos que el sistema nos convenciera de que era
mejor masculinizarnos, controlar nuestras menstruaciones (o dejar de menstruar
en el ‘mejor’ de los casos), volvernos insensibles, frías y calculadoras,
desatender nuestros hijos, ejercer nuestra ‘libertad’ de hacer todo lo que
nuestras antecesoras no pudieron hacer y dejar de vestirnos como machis
campesinas que nada saben de la modernidad.
Solo nosotras
podemos enseñar a nuestros hijos el camino del amor y la ternura, solo nosotras
podemos curar las heridas que nos hicieron y nos hicimos, solo nosotras podemos
enseñarles a los hombres a bailar con las emociones y sanar los abismos. Somos
la sacerdotisa del templo y como tal, debemos recuperar lo sagrado en nuestras
vidas.
Hemos abandonado
nuestros hogares, hemos dejado que otras personas inculquen en nuestros hijos
valores contra los que nosotras luchamos,
hemos dejado que se apague el fuego del caldero, hemos olvidado los
rituales y nos hemos avergonzado de nuestros dones y herencias ancestrales;
hemos comprado el cuento de que la magia existe solo en la ficción y los
milagros suceden en las iglesias cuando los santos redimen su nombre.
Hemos poblado las
calles con gritos, pancartas, altavoces y marchas. Hemos dejado de usar el
delantal en la cocina y creemos que el arte de bordar y tejer es una antigüedad
pasada de moda que desmerece a una mujer moderna.
Queremos imponer
nuestros derechos, exigir que nos escuchen, obligar a que otros hagan lo que
necesitamos y queremos derrocar el poder que nos somete, con los mismos recursos que ellos usaron para
debilitarnos.
Debemos enseñar a
nuestras niñas la alquimia de la cocina, el arte perdido de las labores que
acomodan el alma, la magia sanadora de nuestras manos, el poder de una
plegaria, el conjuro de las palabras, la bendición de los ciclos y los secretos
de la luna.
Debemos enseñar a
nuestros niños que la sensibilidad es una virtud, las lágrimas son una forma de
sanar y la vulnerabilidad nos permite crear puentes honestos con las personas
que amamos.
Debemos recuperar
a nuestros hombres, recordarles el camino de lo sagrado, bendecir sus heridas,
acompañarlos en su viaje de sanación, sostener su mano cuando se miran al
espejo y ayudarlos a descubrir su nuevo rol en este mundo tan caótico y
cambiante.
Creo que
realmente podremos celebrar como mujeres, cuando podamos ejercer nuestra
feminidad sin prejuicios ni condenas, cuando hayamos sembrado tanto amor y
tanta ternura que las nuevas generaciones dejen de hacer la guerra en sus casas
y en las escuelas. Habremos ganado cuando podamos criar hombres sanos y
amorosos, capaces de encontrar la paz en su corazón y lidiar con las tormentas
de su mente.
Siento que cuando
limitamos a los hombres a su capacidad reproductiva (como agentes biológicos de
paternidad) o como un objeto de placer sexual, los estamos cosificando tal como
ellos hicieron con nosotras. Tanto
hombres como mujeres, somos almas, seres espirituales teniendo una experiencia
humana. Dentro de cada uno de nosotros, está
la capacidad de recordar el camino de lo sagrado, de relacionarnos más allá de
nuestro cuerpo y nuestro mundo visible.
Dicen que el opuesto del Amor es el miedo. Y acaso, este miedo creciente que ejercemos y dejamos que nos impongan nos aleja del Amor y la Divinidad que nos habita. Mientras nos siga asustando lo intangible, lo mágico, lo invisible, la sensibilidad, la intuición y la falta de control sobre lo que sucede fuera de nosotros, estaremos despojándonos de todo aquello que nos hace verdaderamente Mujeres.
Somos Mujeres Lunares, somos Sacerdotisas, somos Diosas, somos Mujeres
Medicina, somos Maestras, somos Artesanas, somos Alquimistas, somos Madres,
somos Magas, somos Machis, somos Curanderas, somos Poetisas; somos una con la
Madre Naturaleza que fluye y sucede sin forzar, sin imponer, sin controlar, sin
luchar.
Susana Lorenzo©
Escritora bilingüe
Terapeuta Holística
Imágenes: Karol Bak
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