Hombres Rotos


“El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad.”Albert Einstein




De acuerdo al informe de Argentina, presentado ante la ONU en 2017, hubo 2279 homicidios dolosos en Argentina. De ellos, 1879, tuvieron como víctimas a hombres y 400 a mujeres.  Es decir, la tasa masculina fue de 8.7 y la femenina de 1.8. 

Según un informe de la BBC, las cifras de la OMS (Organización mundial de la Salud) muestran que casi el 40% de los países registran más de 15 suicidios por cada 100.000 hombres.  Esa cifra se reduce a menos de la mitad para mujeres.

Personalmente, creo, que en la mayoría de los casos, el hombre 'roto emocionalmente' termina ejerciendo algún tipo de violencia o elige la vía del suicidio.

No es mi intención hablar hoy de muertes, asesinatos, atrocidades y barbaries que llevan la violencia a su máxima expresión.

Quiero prestar atención a las pequeñas violencias cotidianas, permitidas en ámbitos tan naturales como la familia y la escuela.  Quiero enfocar el lente hacia los pequeños abusos que se copian, se reproducen y se festejan como parte de la idiosincrasia de cada grupo.

Vivo en Argentina, un país al sur de América.  Nací en la provincia de San Juan, una ciudad en el centro oeste de mi país, al lado de la Cordillera de los Andes.  No digo que todas las provincias sean iguales, ni todos los pueblos, ni todos los grupos culturales.  Somos un país vasto, extenso y poblado por una variedad de culturas, descendientes de inmigrantes e inmigrantes aún más nuevos.  Cada región está marcada por la ascendencia y orígenes de cada familia.

Desde que tenía 5 años, he vivido en diferentes ciudades de mi país, lo que me ha permitido observar una variedad de costumbres, valores, conductas y reglas de convivencia.

Mi relación con los hombres de la familia no ha sido fácil desde pequeña, eso incluye abuelos, tíos, primos, padre y hermano.  Son todos buena gente, buenas personas a quienes amo y respeto y bajo ningún punto quiero dañar.

En realidad, yo he sido siempre la niña esponja, niña hipersensible con aires de poeta, dibujante y memorias de extraterrestre.  Era la niña que odiaba los domingos de futbol y las sobremesas de truco, donde mis sentimientos, emociones y ganas de compartir se volvían invisibles.  Yo tenía sed de otros juegos, otras actividades y una necesidad de familia cultivada durante la lectura de los libros que nutrían mi imaginación.

Esa invisibilidad me volvía observadora, detallista e introvertida.

Crecí en una familia, donde hasta la fecha, se considera sano, divertido y un saludo fraternal que hombres de diferentes edades palpen las partes masculinas del otro (incluyendo niños) para determinar en tono burlesco si 'la tiene chica', 'la tiene grande' o 'no tiene nada'.  Aún hoy, cuando veo a tíos y primos realizar el mismo juego/saludo, miro las risas de quienes lograron superar la prueba y la incomodidad de quienes no saben cómo encajar en el grupo y sentirse a gusto con esa práctica.  No se considera un abuso, sino una muestra de cariño, una forma de iniciar a los pequeños en el mundo viril.  

He crecido preguntándome si más de uno no se habrá sentido menospreciado, o habrá dudado de su sexualidad cuando a viva voz, sus pares gritaban: 'no tiene' o 'la tiene como un maní'.  Me pregunto cuántos siguieron con el juego para no ser considerados 'pu...' o poco hombres y guardaron su vergüenza y su incomodidad en su subconsciente como una debilidad que nunca debiera ser confesada.  Me imagino cuántos habrán crecido con el miedo a ser considerados 'pu...' y se pasaron la vida tratando de demostrar y demostrarse que eran muy machos, tan machos que se encargaron de un modo u otro, de desalentar a sus propios hijos de realizar cualquier tarea, actividad o deporte que no fuera exclusivamente de hombres.




“Si intentas tomar con tus manos y acunar un cristal roto o una taza de porcelana, te lastimarás.  No porque el cristal o la porcelana quiera hacerlo, sino porque las heridas se han convertido en aristas filosas que aún no sanan.
Del mismo modo, si tú no recorres el propio camino de sanación personal, tus heridas lastimarán a quienes quieran rozar tu corazón.”
Susannah Lorenzo
Soledad Lorena

Además de hija, sobrina, nieta y prima, soy también madre de tres hijos y abuela de diez niños y uno que viene en camino. (entre varones y niñas)

Un niño no nace violento, no discrimina como parte de su conducta natural y no se burla de otro apenas comienza a caminar.  

Un niño copia, aprende, mira, repite, absorbe, reacciona y perpetúa aquellos patrones de conducta que le permitan ser aceptado en mayor o menor grado y que le garanticen la supervivencia en el grupo en el que le ha tocado vivir.

Si los varones del clan golpean la mesa, insultan, gritan desaforadamente para imponer su autoridad o arrojan objetos contra la pared como amenaza de lo que podría ocurrirle a alguien, el niño que mira, inconscientemente adoptará esa forma de comportamiento como algo natural y permitido.  

Si un niño crece en un ambiente de violencia doméstica, es probable que reprima la violencia vivida y mentalmente elija no ser violento con las mujeres (al menos no físicamente), pero si no realiza alguna clase de terapia que lo lleve a sanar las heridas de la infancia, la violencia reprimida saltará tarde o temprano como un resorte que podrá accionar su furia o impotencia contenida en las situaciones menos esperadas.

En los casos de madres solteras, muchas veces los varones toman el ejemplo de tíos, vecinos, abuelos o la pareja de su madre.  Siempre hay alguien dispuesto a enseñarle los códigos básicos del macho que se precie.

En los casos de matrimonios, no siempre hay un consenso en cuanto a la forma de educar a los niños y es normal que las madres se encarguen de las nenas y los padres de los nenes.  También es común que en el afán de conservar la 'paz' y la 'buena relación' del matrimonio, se acepten conductas o lecciones de vida que no son aceptadas por ambos progenitores.




El niño que toca la cola de su compañera vió a alguien a hacer lo mismo.
El niño que baja los pantalones a sus compañeros en el baño de la escuela, sufrió lo mismo por parte de un adulto.
El niño que se burla de los que tienen diferente color o hablan de otra manera, escuchó a sus padres burlarse de los vecinos, los parientes o los compañeros de trabajo.
El niño que crece con la necesidad de destruir, romper, golpear o insultar, puede que haya crecido en un ambiente donde esas sean acciones cotidianas y 'normales'.
El niño que necesita burlarse, agredir o 'prepotear' a otros niños para sentirse a salvo, es probable que se haya sentido vulnerable y desprotegido ante la mirada de adultos o niños mayores a él.

Siempre hay algún adulto que educa con el ejemplo, algún adulto que consiente con el silencio y varios adultos que miran para otro lado porque nadie tiene derecho a 'meterse en la familia del otro' y cada quien (según dicen), tiene el derecho a criar a sus hijos como quiere o como puede.

No es la primera vez que hablo de este tema.  Siempre he sido una defensora de los derechos de la mujer.  Siempre he propiciado Talleres Terapéuticos para sanar las energías femeninas y he ayudado a mujeres a correrse de su papel de victima en situaciones de violencia doméstica o abuso de género en diferentes ámbitos de la vida.

Sin embargo, somos las mujeres quienes tenemos el poder y la capacidad para criar hijos, nietos, sobrinos y ahijados con sentido de equidad de género, respeto por los valores y conductas que los alejen del machismo que conduce inevitablemente a alguna forma de violencia.


El hombre que está herido y no sabe cómo sanar, lastima.El hombre que está roto, rompe.

Hay un semillero de niños desatendidos, que aprenden a través de los roles masculinos en los vídeo juegos o copian modelos machistas de los programas de televisión.
Hay un semillero de niños que han crecido con el permiso para ejercer pequeñas violencias y abusos.  Porque aquello que se festeja como algo gracioso a los 2 o 3 años, se convertirá en algo aceptado por el resto de su vida.
Hay un semillero de varones desconectados de sus emociones y su vulnerabilidad, porque en cuanto buscan alguna actividad creativa, pintan un mandala, declaran que no les gusta el fútbol o piden aprender a tejer o cocinar, son acusados de 'pu...' por uno o varios de los hombres que lideran el clan familiar.
Hay un semillero de pequeños hombrecitos que sufren silenciosamente 'bullying' en la escuela, porque leen poesía, no participan de las peleas o estudian para aprobar con buenas notas. No es de hombres quejarse, ni pedir ayuda en casa, ni denunciar a los acosadores. En nuestra cultura, un hombre se calla, apechuga y forma su carácter a golpes (físicos o emocionales).

El padre que es adicto a la pornografía, el hombre que le falta el respeto a su esposa delante de los hijos, el macho que llama a su hijo varón con insultos viriles y jamás le dice una palabra dulce; el troglodita que 'se acomoda su miembro' todo el día, delante de compañeras de trabajo, hijas o vecinas; el tipo que necesita marcar territorio en el trabajo y en la calle a fuerza de prepotencia y hormonas masculinas; el padre que rechaza a su hijo porque es afeminado, el jefe que 'ningunea' a sus empleados o el cliente que maltrata al vendedor o mozo de turno; todos ellos fueron niños.

Fueron niños que aprendieron de mala manera la forma de relacionarse con las otras personas, o fueron mal queridos o abandonados emocionalmente.  Algunos crecieron llenos de furia e impotencia por realidades que no podían cambiar. Otros aprendieron los códigos básicos del machismo para ser aceptados por familiares y amigos.  Hubieron niños que entendieron que siempre gana el que grita más fuerte y rompe más.  Pero todos, todos esos niños aprendieron a guardar en silencio sus miedos, sus emociones, su vulnerabilidad y su escasa o mucha sensibilidad.


Perdemos tiempo en debates, mirando noticias y juzgando a quienes llegaron el punto extremo de violencia y antes de los 30 ya cargan con varias víctimas de sus agresiones en patota y algún que otro cadáver en su historial.  Muchas veces, miramos esas noticias y hacemos esos debates delante de nuestros niños.  Creemos que porque condenemos la atrocidad con las palabras, estaremos educando a nuestros varones para no ejercer ese grado de violencia.  Estamos seguros de que nuestra morbosidad es el mejor antídoto que evitará que nuestros hijos y nietos cometan un desborde de tal magnitud.

La violencia vende, difunde, se propaga, se comparte, se charla, se condena verbalmente, se transmite por canales de televisión y estaciones de radio, se replica en las redes sociales como sinónimo de asombro y castigo.  Cuando en realidad, aquel que está roto y necesita desesperadamente ser reconocido por aquello que esforzadamente construyó como parte de su personalidad, logra la atención no sólo de sus pares, sino el gesto de amor y reconocimiento de aquellos que lo educaron en el seno familiar.

La 'no violencia' es silenciosa, es un gesto cotidiano, es una forma de vida, es una elección consciente de no reaccionar, de no 'engancharse' con la tormenta del otro.  

Es más fácil mirar las noticias que mirar hacia adentro.  Es mucho más simple (aparentemente) creer que las pequeñas violencias permitidas y los pequeños abusos cotidianos jamás llegarán a la barbarie.

Quizá no podamos cambiar la personalidad machista y misógina del padre de nuestros hijos, pero si podemos evitar que siga sembrando su machismo y sus códigos de manada en nuestros hijos varones.

Probablemente, no podamos borrar de nuestros hijos los años de violencia doméstica, pero debemos intentar acompañarlos en su proceso de sanación emocional para que puedan tener paz en su corazón y en su mente y desde esa paz, relacionarse con el mundo.



Puede que sea hora de organizar talleres de arteterapia, meditación, escritura terapéutica, biodanza, musicoterapia, crochet, cocina, cerámica, yoga o simplemente de la práctica del silencio para niños y niñas por igual; para padres y hermanos, para tíos y sobrinos, para compañeros de trabajo y para profesores y maestros.

La espiritualidad y las emociones se sanan de manera diferente en hombres y mujeres.  No es tarea fácil, queda mucho por hacer, pero si no empezamos hoy y aquí, ¿cuándo?

Mientras haya un varón que vuelva de la escuela con la mochila rota o un moretón en su cuerpo y alguien en su casa le diga: 'mañana vas y le pegás una piña para que aprenda', 'tenés que aprender a defenderte', o vaya la madre/padre a  amenazar a los padres del niño agresor en cuestión.

Mientras haya un varón que sea mal visto por jugar con muñecas, querer usar zapatillas rosadas o aprender sobre mandalas y ángeles.

Mientras haya un varón que no tenga permitido llorar.

Mientras haya un varón que sea llamado 'marica', 'nena', 'mujercita' o 'pu..' por no cumplir con el manual machista del grupo familiar en el que se mueve.

Mientras haya un varón que pase horas en realidades virtuales de lucha, armas de fuego, combate extremo y supervivencia del más fuerte.

Mientras haya un varón que vea a su madre aceptar sumisamente y en silencio las imposiciones del macho de turno.

Mientras haya esas semillas, seguirán existiendo hombres rotos, lastimados, violentos, inseguros y llenos de miedo.

¿O acaso, no son muchas las madres que aconsejan a sus hijos varones no realizar ciertas actividades para no ser el centro de burlas y desprecios?

¿O acaso, no son varias las madres que obligan a las nenas a lavar los platos y a los nenes a sacar la basura?

Creer que la espiritualidad y las terapias holísticas son sólo para mujeres u homosexuales es un mito urbano que muestra el pánico que muchos hombres tienen de encontrarse con sus emociones pero también desnuda nuestra negligencia, como mujeres, de dejar que se las arreglen solos (los hombres) porque total, la culpa es de ellos.

Tanto en la modernidad New Age, como en las religiones tradicionales, el lugar aceptado de los hombres es el del gurú, el chamán, el jefe de una iglesia o el pastor que guía las ovejas.

Suelen ser las mujeres quienes hacen cadenas de oración, grupos de meditación, retiros espirituales o comunidades de luz para ayudar a los más necesitados.

No lo niego, hombres y mujeres somos diferentes, en muchos aspectos.

Pero todo ser humano tiene energética y emocionalmente un aspecto femenino y un aspecto masculino.  

Como dice María José Flaqué (Mujer Holística), “en este mundo actual en el que vivimos, hay un desequilibrio grande en ambas energías.  La mayoría de los hombres están desconectados de su lado femenino y las mujeres han tomado más energía masculina para adaptadarse a una sociedad en la que predomina la energía masculina.”



Creo que hay un sólo camino posible: el Amor, amarnos y amar.  El Amor, la aceptación, el respeto y la celebración de lo que somos, como seres únicos que Dios habita. Amar, aceptar, honrar y reconocer al otro como un ser único que Dios habita.

Y en ese ejercicio de Amor propio y Amor por los demas, está el camino consciente del autoconocimiento y sanación.  Quien elige sanarse, ayuda a otros a sanar.  Quien elige enfrentarse a sus miedos y elige el Amor, entiende que sólo me daña quien yo dejo que me dañe. Quien deja de juzgar, condenar y culpar a otros, acepta que cada quien elige el rol que desempeña en su vida; aquellos que hemos desperdiciado muchos años como 'víctimas' sabemos que la victimización es un mecanismo de escape para no aceptar nuestra responsabilidad en las situaciones que vivimos y las relaciones que sostenemos.

El verdadero Amor propio, como ser divino, habitado por Dios, consciente de nuestras palabras, actos, pensamientos y emociones, ese verdadero Amor es el que nos da Paz.  Paz de no ser parte de ninguna clase de conflicto, manipulación, discusión o enfrentamiento.

El Amor trae Paz.
La Paz interior trae Paz a nuestras vidas.
La Paz se vive, se transmite, se contagia, se aprende, se elige, se comparte.

La Paz no está en el ruido, entre las máquinas del gimnasio, las noches de Fernet o las selfies de las redes sociales.  La Paz no está en la agenda llena de compromisos sociales para evitar el silencio, ni en el televisor encendido de la mañana a la noche.

La Paz comienza con la 'no violencia' ejercida a través de un pensamiento, un silencio, una actitud, una palabra o un gesto.

La Paz no vende, no tiene prensa, no gana seguidores en las redes sociales y no genera fama en círculos de amigos.

La Paz es un camino que se elige en silencio y se hereda en el latido de la madre que acuna a su hijo.

Susannah Lorenzo
Tejedora de Puentes
05 de febrero de 2020





“Lo contrario al miedo es el amor.  Donde existe el amor, no hay miedo alguno.  Y él que no tiene miedo alguno no teme a la violencia, porque él no tiene violencia alguna.  Toda violencia viene del miedo y crea más violencia.”
Anthony De Mello

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