De Fridas y Sarmientos


Pienso en Frida que está tan de moda.  Pienso en cuánta gente gana dinero a costa de su nombre, su arte y el morbo de su dolor. Ella, ni enterada.  Pienso en su cuerpo atravesado por el dolor, en su corazón roto por un amor tóxico y me pregunto cuántas personas de las que hoy hacen apología de su nombre, hubieran compartido una sola tarde con ella, entre vendajes, heridas y dolores crónicos.

Creo que sólo una pequeña porción de gente, de las que lucran con su nombre o su imagen, conocen la verdadera historia de Frida, sus accidentes, su cuerpo roto e incapaz de sanar.  Cuando leí su historia de vida, la sentí tan cerca y tan real, que hubiera deseado que toda esta gloria fuera algo que ella pudiera disfrutar.

Pienso en la casa de Sarmiento y la higuera de doña Paula, calculo cuantas personas se benefician con su museo, sus recuerdos, su nombre y las galerías donde en soledad, luchaba por mostrar que un mundo diferente era posible.  Murió tan pobre y solo, que ver su casa tremendamente concurrida los fines de semana, me parece casi  una burla.

Creo que en el fondo soy una escritora egoista; es decir, la mayoría de los artistas y hacedores del mundo, sueñan con su legado, esperan ser recordados y venerados después de su muerte, que su palabra se multiplique y se recite en todos los rincones del planeta.

No puedo dejar de pensar en la injusticia de eso: cuadros que se valúan en miles de millones de dólares, libros que se editan y modifican (como El Principito) sin que su autor pueda hacer algo al respecto, ejemplares que se venden y traducen a diez idiomas, ganancias que sólo benefician a intermediarios que no hubieran comprado una sola obra del autor en vida.

No sé si quiero que futuras generaciones de la familia cobren derechos por escritos que jamás leyeron mientras estaba con vida en este planeta.  No sé si tengo ganas de que alguien lucre con mi obra literaria, cuando no logro vender un libro por mes.Soy de los artistas y escritores que se sienten vivos cuando son leídos, que se sienten celebrados cuando alguien comenta su obra, que se sienten ciudadanos de este planeta, cuando sus contemporáneos conocen nuevos colores y habitan sus emociones a través del trabajo artístico o literario.

¿De qué sirve la gloria si uno no es testigo y actor principal de la obra?  Dios me libre de una casa visitada por extraños, de remeras con mi nombre o novelas que indagan morbosamente sobre mis penas y vulnerabilidades.

En épocas en que me siento invisible, en la que la indiferencia se mide en silencios y distancias, en que los corazones se cierran, en que las cuentas por pagar se acumulan como hojas en otoño y tiñen de pesadillas la quietud de la espera; en tiempos en que los libros editados con tanto amor, duermen una larga y tediosa siesta; en temporadas en que las personas prefieren el cartel de neón, la editorial famosa o las tendencias de moda; es entonces cuando no quiero legado, después de mi muerte debería ser tan invisible como ahora.


Es en esos momentos cuando sólo quiero ser ceniza en el viento, aroma de jazmines, susurros en los corazones y llevarme en el fuego sagrado todos mis cuentos y poemas, todos mis dones y talentos, todas mis glorias no alcanzadas, todo mi esfuerzo, toda mi vulnerabilidad desnudada en palabras, todo mi esmero y mi dedicación, todo aquello que intentaba brillar en el lugar y en el tiempo equivocado.

Este egoismo me llena de amargura y oscuridades.  Siento que un raro resentimiento me habita, antes de tiempo.  Mi corazón siempre es generoso, amo compartir, bendecir, regalar y sembrar.  Sin embargo, cuando la economía se complica, la salud se agrava y me siento una mezcla de Frida mal querida, atravesada por un cuerpo doliente y Sarmiento sembrando ideas que no se matan; quiero una vida plena ahora, quiero saber quién me lee, pagar mis cuentas, disfrutar los días de sol y no dejar que el hambre me turbe la mente.

Susannah Lorenzo
Tejedora de Puentes
Soledad Lorena
Tejedora de Palabras

San Juan, 23 de julio de 2019

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