Sobre coherencias, corderos y fanatismos


Una y otra vez nos sumamos a algún bando, discriminamos, juzgamos, condenamos, señalamos y hasta negamos el saludo a quien no piensa igual que nosotros, porque de algún modo, cada quien se cree dueño de la razón y su verdad prevalece sobre el otro.



Hay una palabra clave que nos falta: respeto, como aceptación de la pluralidad e individualidad de cada persona.  En este país nos gritamos, nos agredimos, nos condenamos desde veredas opuestas, como hinchas en una cancha.  Nos divide la política, el futbol, los derechos humanos, la vida, la muerte, el aborto, la sexualidad, la religión, el color de piel, nuestros ancestros, nuestro poder adquisitivo y hasta la inclinación por el asado y el fernet.

Cualquier persona que piense diferente, sienta diferente, milite en otro partido político, practique otra religión o se atreva a emitir una opinión diferente a la nuestra, podrá ser agredido, discriminado, aislado, segregado o reprendido de alguna manera.
No tenemos coherencia ni identidad.  Dejamos que los gobiernos y los medios de prensa nos lleven como corderos y pongamos nuestra atención en el conflicto de turno.  Lo que se pone de moda en las redes (o que los medios ponen de moda), es lo que nos ocupa y nos enfrenta.  Dejamos de hablarnos con el vecino y nuestro compañero de trabajo, bloqueamos a alguien en las redes sociales o insultamos textualmente a esa persona por atreverse a contrariar nuestras creencias.

No estoy a favor del aborto, pero no soy quien para juzgar o condenar a otra mujer.  Cada mujer cargará con sus heridas físicas, emocionales y energéticas; esa será su gran condena, no necesita más.  En este país y en esta sociedad machista, nuestro útero y nuestros órganos sexuales son menospreciados, manipulados y profanados de muchas maneras.  No sólo mueren y sufren mujeres por abortos, también mueren y sufren mujeres por violencia obstétrica, por prácticas ginecológicas regladas por hombres que poco saben (más que lo que leen en los libros) del funcionamiento femenino. Somos, para la mayoría de los medios, sólo un pedazo de carne, un aparato reproductor o un elemento de placer, arriba de una camilla, de una cama o sobre el piso frío y duro.


Cuando tenía 20 años me quedé embarazada de mi primera hija.  Su papá en ese momento me pidió que averiguara para hacerme un aborto.  Yo no quise,  pensé en escaparme con mi embarazo y un bolso.  Cuando se dio cuenta de que no abortaría bajo ninguna circunstancia y cuando las familias supieron, decidió que era mejor casarse.  Tuve un embarazo hermoso y un parto que disfruté porque tuve la suerte de tener un médico que me guió durante todo el proceso para que no fuera doloroso; pero mis momentos después del parto, fueron una pesadilla porque siempre he tenido complicaciones con las placentas y el útero.  Después de ese primer parto, me hicieron dos legrados, sin que la anestesia hiciera efecto.  Hasta el día de hoy recuerdo la sensación.  Esa primera vez me hicieron 7 transfusiones.  Con mi segundo hijo, exigí un anestesista en la sala listo para actuar, así fue cuando me hicieron un legrado después del parto, recibiendo transfusiones también.  Con mi tercera hija pedí una cesárea porque mi cuerpo ya no resistiría más.  Era un caso ‘fuera de manual’.

Tengo tres hijos, fruto de aquel matrimonio poco feliz.  Ninguno fue buscado o celebrado por mi esposo en ese momento.  Usar métodos anticonceptivos no estaba en sus planes económicos y mi salud poco le importaba.  Cuando nació mi tercera hija, mi médico decidió regalarme un DIU para evitar que quedara embarazada.  Jamás se me cruzó por la cabeza abortar, siempre los esperé con amor, les cante, les hablé y traté de que el ambiente poco propicio los afectara.  Fue mi decisión y no la cambiaría.  Con 23 años ya tenía tres hijos y varios problemas de salud.


Las cicatrices de nuestro útero no sanan fácilmente ni rápidamente.  Hay huellas invisibles que nos afectan emocional y físicamente.  La manipulación de nuestros órganos femeninos, el abuso, la agresión, la violencia, la falta de respeto y los embarazos demasiado seguidos sin dar tiempo a reponerse, nos marcan para toda la vida.  Eso también debería importar y debería respetarse, porque luego tenemos enfermedades, como endometriosis, quistes, fibromas o cáncer en el peor de los casos y la primera solución sugerida es quitar esos órganos que ya no sirven para reproducir, con efectos colaterales que inciden drásticamente en nuestro metabolismo y nuestra salud psicológica y energética.

En mis más de 30 años de visitas a ginecólogos y obstetras (mis primeras visitas fueron en la adolescencia porque tenía hemorragias y periodos dolorosos), pocas veces he sido tratada con respeto, como un ser con emociones, alma y espíritu.  Pocas veces he sido atendida desde un enfoque integral, donde como ser holístico, nuestras emociones y nuestras energías afectan  el comportamiento de nuestras células, órganos y hormonas.  Todas vamos a un consultorio donde aplican una sola receta para todas sin mirar o atender a síntomas específicos o situaciones de vida o trauma individuales.

Cuando comencé a escribir, hablé de coherencia.  En este momento el aborto es un tema urgente, aparentemente, vaya a saber por qué razón.  ¿Y qué pasa con el suicidio y la eutanasia?

Si una mujer tiene derecho legal a abortar porque es su cuerpo, entonces, cualquier persona tiene derecho a suicidarse, porque es su cuerpo.  Si una persona está en estado ‘plantita’, como digo yo, y sufre humillación, manipulación y dolor cada segundo de su vida, ¿por qué no puede elegir una buena muerte con dignidad y respeto?

Si hay que salir a las calles a defender la vida de los niños por nacer, ¿qué pasa con tantos ancianos depositados en asilos inmundos que lucran con sus jubilaciones y los tratan peor que a perros?  ¿Qué pasa con tantos niños que pasan frío y hambre y son usados y abusados por su entorno familiar?  

¿Por qué no hay manifestaciones por los suicidas?
¿Por qué no hay manifestaciones por los enfermos terminales que ruegan por su muerte?
¿Por qué no hay manifestaciones por los miles y millones de ancianos que viven peor que en un campo de concentración?
¿Por qué no hay manifestaciones por los niños que no conocen nada bueno de la vida?

No creo en las huelgas, no creo en los paros ni piquetes, no creo en las pintadas, ni en las marchas.

Creo en el trabajo silencioso que cambia las realidades, que educa las mentes, que llena de compasión los corazones y que siembra semillas de respeto.
No elijo un pañuelo verde o un pañuelo celeste, no condeno a quien piensa o vive diferente.

La única religión es el amor y en el abrazo compasivo de nuestro corazón reside la esperanza de que ocupemos el tiempo en buenas obras que cambien el mundo en que vivimos.

Junio de 2018
Susana Lorenzo
Derechos Reservados





¿Creés que el aborto es un tema urgente? No te preocupes, me dijo un taxista que unos días comienza el mundial.  Las redes sociales y las conversaciones cotidianas cambiarán de rumbo y las banderas serán todas celestes y blancas.

¿Participás de las marchas gastando tiempo y dinero para convencer a otros?  Usá la tela para hacer sábanas, o camisas o vestidos.  Usá el tiempo para ocuparte de otras vidas que necesitan tu atención.  Usá el dinero para ayudar a quien pasa hambre y frío.




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