El tiempo que nos resta
Hoy recibí la noticia de que murió una persona a la que le tenía mucho cariño en la vecina provincia de San Juan. Aunque me había sentido rara todo el día, me sorprendió que fuera justamente él. No lo hubiera imaginado. Cuando me contaron sobre cómo había fallecido, mi corazón tuvo millones de preguntas: ¿cómo había llegado a esa instancia?
Lo había conocido cuando era pequeño, siempre protector de su hermana, golpeado por la vida, las carencias afectivas y económicas. Luego, lo volví a ver, ya un hombre adulto, cuando me mudé a San Juan. Siempre me trató amorosamente como si yo fuera familia, aunque técnicamente ya no lo éramos y biológicamente nunca lo habíamos sido.
Me había desconectado de él en las redes sociales cuando me mudé a San Luis hace un año, así es que nada sabía de su vida en este último año. Cuando visité su perfil y pasé más allá de los saludos y condolencias, me encontré con la triste postal del calvario que le había tocado vivir este año. La muerte ya se había anunciado, en sus ojos, en sus hombros, en su cuerpo todo.
Me pregunto: ¿cuántas personas de las que hoy se reúnen en su velorio o sepultura estuvieron allí para contenerlo, acompañarlo, ayudarlo o simplemente hacer su vida más bonita?
La pandemia 2020 fue una crisis que llegó para forzar a la humanidad a evolucionar, expandir su consciencia y todo lo que veníamos haciendo mal. Sin embargo, una vez pasado el peligro aparente, la ‘normalidad’ regresó como si nada hubiera sucedido y el 90% de las personas no acusó recibo de la lección de vida.
Me ha tocado padecer situaciones que no le deseo a nadie. Sé lo que es vivir un calvario y hacer silencio sobre los detalles para no recibir aún más indiferencia y rechazo. Cuando una persona está atravesando una situación de enfermedad grave, mala racha, miseria económica, situaciones que no puede controlar y que no le permiten vivir sana y dignamente; habrá sí, mucha pena, mucha lástima. Habrá prejuicios y juicios sobre las razones por las que esa persona llegó a esa situación no deseada; habrá valoraciones de si lo merece o no; habrá condenas de aislamiento, distanciamiento e indiferencia, porque fue su elección y responsabilidad de vida. Algunas personas lo expresan verbalmente, otras, solamente lo piensan y creen que eso no afecta a nadie.
La verdadera compasión (activa) es acompañar y contener a la persona que está atravesando un mal momento; no juzgar, criticar o condenar; disponer de nuestro tiempo, recursos y energía para bendecir su vida de alguna manera. Eso es compasión, lo demás es apenas morbo y lástima.
¿Cuántas personas de las que hoy están en tu funeral, estuvieron presentes acompañando tu calvario? ¿Cuántas personas sostuvieron tu cruz por un momento? ¿Cuántas personas te preguntaron (sinceramente) si necesitabas algo? ¿Cuántas personas te miraron a los ojos para darse cuenta de lo que sentías?
En lo personal, creo que los sepelios, los entierros y los funerales son eventos sociales para los vivos, para los que quedaron, para mostrarse y ser vistos, para lavar sus culpas y excusar sus ausencias.
La vida es hoy. Si estás vivo hoy, ama hoy, hazte el tiempo para lo importante y deja de lado (aunque sea por un momento) lo urgente. Tu tiempo es lo más valioso que tienes, porque no regresa, no se reembolsa, no se reinvierte, no se compensa.
La vida es hoy y mi corazón está triste. Sé que tu alma estará en paz. Sé que tu cuerpo y tus emociones ya no resistían y tu Alma de guerrero decidió seguir luchando desde el cielo.
La vida es hoy, y solo puedo rezar por ti, querido ‘sobrino’.
Susana
30 de mayo de 2022
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