Inquilinos argentinos huérfanos de ley
Ser inquilino en Argentina es ser tratado como un refugiado de otro país, sin ciudadanía ni derechos. Es ser considerado casi como un prófugo de la justicia con un prontuario de actividades delictivas.
Al inquilino se le exige un nivel de sueldo que pocos
ganan (quizá quienes trabajan para empresas mineras o petroleras
internacionales sí manejan esos niveles) y garantes que tripliquen el valor del
canon mensual. Sin embargo, en este país, la mayoría de las personas dedica más
del 50% de su sueldo a pagar el alquiler.
Los sueldos de este país o los ingresos de cualquier clase, no se
ajustan a valor dólar como el resto de la economía.
Buscar alquiler se convierte en una tarea desgastante, deprimente
y agobiante. Si bien con las redes
sociales, uno puede acceder a imágenes y a información previa, llena de
impotencia darse cuenta que lo que es accesible en cuanto a precios y
requisitos, apenas si cumple con lo básico que debería tener una vivienda para
vivir dignamente: el baño puede estar afuera, las habitaciones no tener
ventanas, la vivienda no tener gas o el acceso compartido ser un caos de
trastos, heces de animales o basura acumulada; y básicamente estar ubicado en
una zona donde la delincuencia no tenga límites.
Párrafo aparte merecen los servicios que generalmente
suelen ser compartidos, al menos en los lugares donde he vivido y alquilado
(San Rafael y Malargüe en la provincia de Mendoza y capital en la provincia de San
Juan); los gastos de gas, agua y energía eléctrica suelen dividirse en partes
iguales, ya sea con los otros inquilinos o incluso con los dueños de casa. No importa si uno ahorra, tiene lámparas bajo
consumo, no tiene televisor, no plancha y no tiene aire acondicionado. No importa si el vecino tiene dos o cuatro
aires acondicionados, uno termina pagando el gasto de los demás.
Al inquilino se le exige que no tenga hijos ni mascotas y contrariamente a los principios jurídicos, se lo considera culpable de cualquier cargo y persona dañina aunque no haya pruebas de ello.
Creo que hay dos clases de inquilinos: están
los que destruyen, roban, ensucian y dejan el lugar como una pocilga, porque
total, no es de ellos y el dueño tiene plata así es que se embrome; y estamos
los que queremos vivir en lugares limpios, dignos y prolijos y por ello,
dejamos las viviendas en mejores condiciones de las que encontramos. Los primeros son los que manchan paredes con
la grasa de la tortilla, total, después se pinta. Los segundos, cuidamos de que nada raye o
manche las paredes o las puertas, porque preferimos evitar gastos innecesarios
y porque nos gusta que el lugar que ocupamos sea cómodo y bonito.
Como en todo, hay diferentes clases de seres humanos,
diferentes clases de inquilinos, diferentes tipos de locatarios y locadores;
pero poner a todos en la misma bolsa es una falta de respeto.
Los inquilinos tienen muchas obligaciones, muchos
requisitos y casi ningún derecho.
Los propietarios parecen tener todos los derechos y ninguna obligación. La mayoría de las veces mienten en los contratos, consignando el perfecto funcionamiento y estado del inmueble y todo lo que contiene. Basta un par de días viviendo en el lugar para descubrir que el calefón nunca fue limpiado y no funciona, que las canillas pierden, que los techos se llueven, que hay tomas (enchufes) que no funcionan y que hay que cambiar; que la humedad es tanta que debajo del ‘maquillaje’ de un machimbre, una placa de yeso o madera, hay una colonia de hongos negros; que los vecinos no son tan tranquilos como nos habían dicho; que la canilla de la cocina no se puede cerrar una vez que la abres; que la mano de pintura al agua que recién aplicaron, es tan mala y tan tenue, que en unos pocos días se comienzan a traslucir manchas y rayones.
Si uno reclama, es un inquilino complicado. Si uno reclama se generan roces y reacciones
hostiles. Si uno reclama, rara vez, se
hacen los arreglos que corresponden, aún cuando las fallas aparecieron antes de
la semana de la mudanza o dentro de los 30 días. Esta semana, me contaron, por
ejemplo, de unos departamentos donde se
inundaron las cloacas y se llenaron de aguas servidas, debiendo evacuarlos
departamentos esperando una solución que tardó demasiado en llegar y debiendo
hacerse cargo los inquilinos de limpiar lo que no les correspondía.
Los propietarios generalmente te entregan un recibo con
un garabato de firma que podría falsificar hasta un niño y que ni siquiera incluye
el número de documento. Solo gracias a la
pandemia y la cuarentena algunos inquilinos tuvimos la suerte de poder pagar los
alquileres con homebanking o una billetera virtual. Antes de la cuarentena todos los pagos eran
en negro.
Los inmuebles que están para alquiler rara vez cumplen
con las normativas edilicias de cada región, son apenas un montón de pegotes de
cemento y ladrillo, remiendos de construcciones, galpones o garajes, con el
material más barato (incluso reciclado); con conexiones eléctricas deficientes
y poco seguras y con tuberías de agua y gas en mal estado.
Como inquilino tengo derecho a saber los antecedentes,
las actividades, el entorno y la forma de relacionarse del propietario y los
vecinos que voy a tener. Me interesa que
sea buena gente, que sea decente, que no tenga malas juntas, que respete mi
privacidad, que sea discreto, que no se meta en mi vida, que mantenga el lugar
en buenas condiciones y cumpla con las obligaciones que le corresponden, y que
no tenga problemas de salud mental que luego vuelvan la convivencia vecinal una
pesadilla. Porque, sí, un propietario
también tiene obligaciones.
Entiendo que quien construye un par de departamentos para
tener un ingreso fijo, ahorrando en materiales y mano de obra, solo está
interesado en la rentabilidad, por lo tanto los inquilinos son apenas números y
lo que vale es lo que dice un papel que supuestamente le garantiza poder cobrar
lo que desea. Sin embargo, quien es mala
persona y no tiene intenciones de cumplir, ‘dibujará’ los papeles (arte
argentino, si lo hay), y buscará perjudicar al dueño a como dé lugar;
descuidará la vivienda, la dejará en pésimo estado y se llevará aún lo que no
le sirve.
Cuando el inquilino es buena gente, no necesita de
abogados, ni juicios, ni amenazas, cumple porque está en su naturaleza; cuida, porque
le gusta vivir bien, mejora el lugar sin importar si alguien luego valorará
esas mejoras o no. Donde alquilo, siempre dejo las mejoras que hice, está más
limpio (en todos los sentidos posibles), dejo hasta los caños para las cortinas
que compré a medida de cada ventana y seguramente he arreglado la mayoría de
los artefactos, enchufes o demás conexiones que no funcionaban.
Una de las secuelas del 2020 y la pandemia, fue esta
explosión de egoísmos y mezquindades, de ‘me salvo yo y vos fijate cómo hacés’. La pandemia sacó lo peor de quienes ya eran
mala gente y sacó lo mejor de quienes ya estaban acostumbrados a ser buenas
personas. La crisis económica en nuestro
país, la gestión de gobierno y la cuarentena forzada desequilibraron aún más
las balanzas y dejaron más desprotegidos a los que nunca tuvieron protección de
sus derechos.
Muchos de los que trabajamos en forma independiente no
pudimos trabajar en 2020 y nuevamente tenemos problemas con las restricciones
actuales; no pudimos salir a la calle porque no teníamos permiso para circular
en colectivo o taxi; no pudimos salir a despachar los productos, artesanías o
libros al correo. Muchos de los que no
recibimos un sueldo para ‘quedarnos en casa y cuidarnos’, nos endeudamos para
poder sobrevivir e incluso poder reinventarnos y generar otras actividades.
Muchos de los que padecimos la pandemia y la cuarentena
argentina, nos vemos obligados a abandonar los inmuebles que alquilamos porque
adeudamos servicios compartidos que no usamos (ver párrafo anterior) y
probablemente nos hayamos atrasado en pagar los alquileres. Para renovar
contratos nos exigen aumento de valores y aumento de requisitos. Salir a buscar alquiler en un año que renueva las restricciones y donde la pandemia viene de segunda
ola, es encontrarse con un mercado inmobiliario más cruel y más hostil que
nunca.
Yo le pregunto a un propietario, que tiene metido en el
fondo de su casa a alguien que supuestamente paga prolijamente: ¿no te interesa
que sea buena gente? ¿No te importa que
use y abuse de tu propiedad cuando estás ausente? ¿No te importa la clase de
gente o actividades que realiza en los espacios comunes? ¿No te importa que
realice maniobras ilegales para pagar menos?
Hay cosas que el dinero no compra.
Cuando salió la Ley de Alquileres en Argentina, me
alegré, pensé que por fin tendríamos resguardo a nuestros derechos. Sin embargo, lo que causó entre los
propietarios fue un desquite de precios, desalojos, condiciones imposibles de
cumplir y un montón de maniobras para esquivar sus responsabilidades. En definitiva, el inquilino, supuestamente,
tiene que pagar aumentos exorbitantes de propiedades que no lo valen, para
justificar los impuestos que el propietario ahora debe pagar y que evadió por años.
Las crisis recurrentes de este país no son culpa de
ningún partido político o del presidente de turno. Son consecuencia de las actitudes de la
mayoría de los argentinos; la brecha no es un invento de ningún gobernante, es
una actitud histórica de enfrentamientos, egoísmos y falta de solidaridad.
Mientras nos paremos desafiantes en la vereda de enfrente creyendo que ésta es una lucha entre bandos, partidos, equipos, clases, castas y desconocidos; no podremos trabajar de forma conjunta para la construcción de una identidad y una patria próspera y equitativa para todos.
Argentina
56 años
Divorciada
Escritora
bilingüe y Terapeuta Holística
Emprendedora
y Artesana
Sin plan
social, jubilación, pensión o marido que me mantenga.
Buscando
un lugar decente, digno y cómodo para vivir y trabajar en forma independiente,
para mí y mi gato (no ensucia, no marca, no rompe, no maúlla, no se sube a los
muebles ni salta por las paredes)
Estoy
dispuesta a mudarme de ciudad o provincia, incluso trasladarme a un pueblo si
hace falta. Siempre encontraré alguna
tarea para hacer y algunos de mis oficios y aptitudes encontrará quien los celebre.
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